18 de mayo de 2011

Bolitas de Papel

Presentaré otro pedazo de la sección, Bolitas de Papel, con un relato incompleto que salió fluidamente. Nunca le puse título ni punto final, pero a decir verdad, creo que le tomé su apreció. Un pedacito más de mi y de lo que suelo escribir en ocasiones.




Resumen: Yo no buscaba nada en ti. Ni siquiera buscaba ser feliz. Sólo necesitaba que alguien me abrazara y me consolara. Alguien que sonriera cuando me viera. Tú llenabas esos requisitos, pero, eso no significaba que yo te amara…

Te necesito

¿Has tenido alguna vez, esa vaga sensación en tu pecho que te dice que todo terminará? Un día cualquiera despiertas, y mientras intentas arreglarte frente al espejo, te das cuenta de que el punto final será escrito ese día. Le llaman presentimientos. Yo no creo en eso y por eso le llamo aceptación. La aceptación que todo se ha ido por un tubo, o volando, pero sabes que es tu culpa, o quizás la de ambos. Preferentemente la de él para así sentir menos remordimientos o creer que tú nunca te equivocaste.

Eso mismo estoy haciendo ahora.

―¡No seas cobarde, maldita sea! ¡Dime al menos la verdad! ¡Dime que es por esa zorra por la que me dejas!

Nunca fui buena para controlar mi vocabulario. Y eso le enfadaba. Lo peor es que yo sabía que le enfadaba y nunca hice nada para remediarlo. ¿Por qué hacemos eso las personas? Esperar a que el otro se acostumbre a nuestra personalidad… ja, como si eso fuera posible.

―No estamos hablando de terceras personas, Elizabeth. Estamos hablando de nosotros.
―¿Nosotros? No seas imbécil, por el amor de Dios. ¡No existe un “nosotros”!
―El hecho de que te esté terminando, no quiere decir que ignoremos que haya habido una historia.

Odio, definitivamente odio con todas mis fuerzas, aquellos seres que en el último momento, en el instante más inadecuado, quieren hacer gala de una madurez que jamás tuvieron. Son adultos cuando te arrojan al basurero, pero nunca lo fueron para atreverse a enfrentar los problemas que tenían sencillas soluciones.

―¿Sabes qué? Sí, tienes razón. Soy lo peor. Ahora, ¡lárgate! Vete y sé feliz con esa. ¡Ojalá sean muy felices juntos en su cuento de hadas perfectos!
―Elizabeth…
―No, Alberto. Vete, porque ya no hay nada que hablar entre nosotros. ¡Vete!
―Lo siento.

Él me obedeció. Me tocó el hombro y dio la media vuelta para seguir un camino que yo conozco. El que lo llevaría más rápido a su casa, donde sin duda alguna, le hablará a la otra para decirle que finalmente se ha desecho de mí. Puedo ver las sonrisas de ambos y eso me provoca nauseas. Ni siquiera tuvo la decencia de terminar conmigo en un lugar íntimo, pues estoy de pie, mirando por dónde se va, a mitad un parque, donde muchos presenciaron esta escenita tan deprimente. Escucho las risas de unas chicas, las cuales seguramente se burlan de mi cara llorosa y mi rostro desconcertado, pero es que no puedo evitarlo. No tengo fuerzas para moverme, sólo consigo sentarme en la banca y cubrirme el rostro con ambas manos, sollozando.

De verdad amaba a Alberto, aunque muchos no lo creyesen. Él y yo nos conocimos hace dos años, a finales del invierno. Creí que me había encontrado finalmente con mi príncipe azul, ya que era todo lo que jamás hube soñado. Tenía un trabajo estable, era responsable, caminábamos tomados de la mano, hablábamos horas y horas, sencillamente compatibilizábamos… supongo que como cada maravilloso inicio de cualquier relación.

Después de que la magia le cedió paso a la realidad, fue cuando comenzamos a darnos cuenta de nuestros defectos. Él era muy impuntual y me sentía avergonzada de esperarla sentada media, una o inclusive dos horas. Odiaba con mis fuerzas eso, pero no tenía el valor para irme y dejar de esperarlo. Me abrazaba como si yo fuese su posesión y no cumplía sus promesas. Cuando nuestra relación avanzó a un mayor grado de confianza, me tocaba los pechos y el trasero en público. Lo odiaba y le decía que era molesto. Nunca me hizo caso. Detestaba sus regalos y que no compartiera ni la más mínima emoción de cosas que para mí eran importantes y continuamente se burlaba de ellas… ahora que lo pienso, no sé cómo pude soportar una relación tan mala… ¿por amor, quizás?

Tampoco tiene él la culpa entera. Como ya hube mencionando, le fastidiaba mi vocabulario. Tampoco le gustaba salir demasiado; era una persona demasiado conservadora para un espíritu tan libre como lo es el mío. Amaba las alturas, él las odiaba. Era algo asfixiante. Le molestaba que fuese una persona fría, pero jamás podía ser empalagosa. Salimos bastante lastimados de esta relación. Aún ahora, sigo sin comprenderlo, porque lo que, por muy egocéntrico que suene, hablaré de mi. Hirió de muchas maneras mi autoestima… posiblemente, se dio cuenta que en ese entonces, yo no me amaba a mi misma y dependía de su amor. Tal vez también por eso le fue fácil engañarme. Porque si era yo la imbécil que le esperaba sentada dos horas en una plaza, sin moverme para nada de mi sitio, era igual de tonta para esperarlo mientras se acostaba con otra.

Lo que más me molesta de esto, no es lo que Alberto hizo, sino que fue él quien me terminó. Después de todo este tiempo, me doy cuenta de que sigo sin amarme ni respetarme lo suficiente, pero, ¿qué podría hacer al respecto? Desde pequeña tuve esta autoestima mala. En el colegio, las demás niñas me insultaban diciendo que era la más fea y me quedaría sola para siempre. Mi prima tiene mi misma edad y cuando cumplimos la edad en la que nos empezamos a interesar por los demás, ella era hermosa. En cambio, yo era la fea, a la cual se acercaban porque querían conocer a su prima. De verdad que odie mi vida.

Suena patético relatar esto de mí. No quiero parecer una de esas chicas indefensas, tampoco quiero ser una damisela en apuros, pero no me tocó llevar fácilmente mi carga. Cuando tenía seis años, fui abusada sexualmente por uno de mis primos, diez años mayor que yo. Eso me destruyó… es decir; de alguna forma sobreviví en cuerpo, pero mi alma se hizo añicos. Recuerdo muy bien que al final de mis cuadernos de la escuela, escribía a mi tierna edad la frase “Quiero morir” ¿Por qué una niña de esa edad tenía que tener tales pensamientos? Nadie nunca se enteró de ello, así que salí con ese secreto adelante completamente sola.

Hasta que Alberto logró darme la confianza necesaria para revelarle ello… y no me creyó. Él nunca me creyó lo que le decía. ¿Por qué? Sinceramente no lo sé, pero no me creía. Tenía que comprobarlo con terceros para que lo hiciera. Obviamente nadie podría respaldar la historia de mi abuso así que, ¿por qué creer que lo que yo decía era verdad?



Esto fue todo lo que logré escribir una madrugada cualquiera.

A decir verdad, fue bastante divertido cuando puedo escribir tan rápido y con tanta facilidad. Y esta es una historia más de la que quizás, no pueda
ver el final.




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