Mostrando entradas con la etiqueta Bolitas de papel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bolitas de papel. Mostrar todas las entradas

4 de abril de 2012

Me encantaría saber su opinión sobre esto owo



¡Buenas noches! ^w^ Esta vez vengo pidiendo un favor enorme ùwú


Actualmente, estoy trabajando en una historia que no ha dejado de darme vueltas en la cabeza desde hace unas dos semanas y escribí esta breve prólogo como "base" para empezar a desarrollarla. 


Me encantaría saber su opinión respecto a la trama del asunto, cómo suena o si tiene esa dosis de intriga. Cualquier critica, recomendación será bien recibida por su humilde escritora. *-* 


¡ Muchísimas gracias por tomarse la molestia! Besos de manzana -3-

11 de marzo de 2012

Carta a Ian.


Ian:

            ¿Qué es lo que estás pensando de mí ahora? Probablemente nada y quizás he sido siempre yo quien todo este tiempo ha pensado demás, creyendo que soy parte de tu mente. ¿Le he sido? Miénteme un poco y sé bueno con mi autoestima y egocentrismo al no refutar esto demasiado.

            Probablemente creas que mis coqueteos no iban en serio. Te tengo que decir que es una vil mentira: iban muy enserio pero después del tiempo que convivimos ―Haya sido mucho o poco, eso depende de ti―, me he dado cuenta de que no soportas a alguien como yo. Tus razones debes tener y debe tener lógica y sentido si es analizado desde tu punto de vista. 

18 de mayo de 2011

Bolitas de Papel

Presentaré otro pedazo de la sección, Bolitas de Papel, con un relato incompleto que salió fluidamente. Nunca le puse título ni punto final, pero a decir verdad, creo que le tomé su apreció. Un pedacito más de mi y de lo que suelo escribir en ocasiones.




Resumen: Yo no buscaba nada en ti. Ni siquiera buscaba ser feliz. Sólo necesitaba que alguien me abrazara y me consolara. Alguien que sonriera cuando me viera. Tú llenabas esos requisitos, pero, eso no significaba que yo te amara…

Te necesito

¿Has tenido alguna vez, esa vaga sensación en tu pecho que te dice que todo terminará? Un día cualquiera despiertas, y mientras intentas arreglarte frente al espejo, te das cuenta de que el punto final será escrito ese día. Le llaman presentimientos. Yo no creo en eso y por eso le llamo aceptación. La aceptación que todo se ha ido por un tubo, o volando, pero sabes que es tu culpa, o quizás la de ambos. Preferentemente la de él para así sentir menos remordimientos o creer que tú nunca te equivocaste.

Eso mismo estoy haciendo ahora.

―¡No seas cobarde, maldita sea! ¡Dime al menos la verdad! ¡Dime que es por esa zorra por la que me dejas!

Nunca fui buena para controlar mi vocabulario. Y eso le enfadaba. Lo peor es que yo sabía que le enfadaba y nunca hice nada para remediarlo. ¿Por qué hacemos eso las personas? Esperar a que el otro se acostumbre a nuestra personalidad… ja, como si eso fuera posible.

―No estamos hablando de terceras personas, Elizabeth. Estamos hablando de nosotros.
―¿Nosotros? No seas imbécil, por el amor de Dios. ¡No existe un “nosotros”!
―El hecho de que te esté terminando, no quiere decir que ignoremos que haya habido una historia.

Odio, definitivamente odio con todas mis fuerzas, aquellos seres que en el último momento, en el instante más inadecuado, quieren hacer gala de una madurez que jamás tuvieron. Son adultos cuando te arrojan al basurero, pero nunca lo fueron para atreverse a enfrentar los problemas que tenían sencillas soluciones.

―¿Sabes qué? Sí, tienes razón. Soy lo peor. Ahora, ¡lárgate! Vete y sé feliz con esa. ¡Ojalá sean muy felices juntos en su cuento de hadas perfectos!
―Elizabeth…
―No, Alberto. Vete, porque ya no hay nada que hablar entre nosotros. ¡Vete!
―Lo siento.

Él me obedeció. Me tocó el hombro y dio la media vuelta para seguir un camino que yo conozco. El que lo llevaría más rápido a su casa, donde sin duda alguna, le hablará a la otra para decirle que finalmente se ha desecho de mí. Puedo ver las sonrisas de ambos y eso me provoca nauseas. Ni siquiera tuvo la decencia de terminar conmigo en un lugar íntimo, pues estoy de pie, mirando por dónde se va, a mitad un parque, donde muchos presenciaron esta escenita tan deprimente. Escucho las risas de unas chicas, las cuales seguramente se burlan de mi cara llorosa y mi rostro desconcertado, pero es que no puedo evitarlo. No tengo fuerzas para moverme, sólo consigo sentarme en la banca y cubrirme el rostro con ambas manos, sollozando.

De verdad amaba a Alberto, aunque muchos no lo creyesen. Él y yo nos conocimos hace dos años, a finales del invierno. Creí que me había encontrado finalmente con mi príncipe azul, ya que era todo lo que jamás hube soñado. Tenía un trabajo estable, era responsable, caminábamos tomados de la mano, hablábamos horas y horas, sencillamente compatibilizábamos… supongo que como cada maravilloso inicio de cualquier relación.

Después de que la magia le cedió paso a la realidad, fue cuando comenzamos a darnos cuenta de nuestros defectos. Él era muy impuntual y me sentía avergonzada de esperarla sentada media, una o inclusive dos horas. Odiaba con mis fuerzas eso, pero no tenía el valor para irme y dejar de esperarlo. Me abrazaba como si yo fuese su posesión y no cumplía sus promesas. Cuando nuestra relación avanzó a un mayor grado de confianza, me tocaba los pechos y el trasero en público. Lo odiaba y le decía que era molesto. Nunca me hizo caso. Detestaba sus regalos y que no compartiera ni la más mínima emoción de cosas que para mí eran importantes y continuamente se burlaba de ellas… ahora que lo pienso, no sé cómo pude soportar una relación tan mala… ¿por amor, quizás?

Tampoco tiene él la culpa entera. Como ya hube mencionando, le fastidiaba mi vocabulario. Tampoco le gustaba salir demasiado; era una persona demasiado conservadora para un espíritu tan libre como lo es el mío. Amaba las alturas, él las odiaba. Era algo asfixiante. Le molestaba que fuese una persona fría, pero jamás podía ser empalagosa. Salimos bastante lastimados de esta relación. Aún ahora, sigo sin comprenderlo, porque lo que, por muy egocéntrico que suene, hablaré de mi. Hirió de muchas maneras mi autoestima… posiblemente, se dio cuenta que en ese entonces, yo no me amaba a mi misma y dependía de su amor. Tal vez también por eso le fue fácil engañarme. Porque si era yo la imbécil que le esperaba sentada dos horas en una plaza, sin moverme para nada de mi sitio, era igual de tonta para esperarlo mientras se acostaba con otra.

Lo que más me molesta de esto, no es lo que Alberto hizo, sino que fue él quien me terminó. Después de todo este tiempo, me doy cuenta de que sigo sin amarme ni respetarme lo suficiente, pero, ¿qué podría hacer al respecto? Desde pequeña tuve esta autoestima mala. En el colegio, las demás niñas me insultaban diciendo que era la más fea y me quedaría sola para siempre. Mi prima tiene mi misma edad y cuando cumplimos la edad en la que nos empezamos a interesar por los demás, ella era hermosa. En cambio, yo era la fea, a la cual se acercaban porque querían conocer a su prima. De verdad que odie mi vida.

Suena patético relatar esto de mí. No quiero parecer una de esas chicas indefensas, tampoco quiero ser una damisela en apuros, pero no me tocó llevar fácilmente mi carga. Cuando tenía seis años, fui abusada sexualmente por uno de mis primos, diez años mayor que yo. Eso me destruyó… es decir; de alguna forma sobreviví en cuerpo, pero mi alma se hizo añicos. Recuerdo muy bien que al final de mis cuadernos de la escuela, escribía a mi tierna edad la frase “Quiero morir” ¿Por qué una niña de esa edad tenía que tener tales pensamientos? Nadie nunca se enteró de ello, así que salí con ese secreto adelante completamente sola.

Hasta que Alberto logró darme la confianza necesaria para revelarle ello… y no me creyó. Él nunca me creyó lo que le decía. ¿Por qué? Sinceramente no lo sé, pero no me creía. Tenía que comprobarlo con terceros para que lo hiciera. Obviamente nadie podría respaldar la historia de mi abuso así que, ¿por qué creer que lo que yo decía era verdad?



Esto fue todo lo que logré escribir una madrugada cualquiera.

A decir verdad, fue bastante divertido cuando puedo escribir tan rápido y con tanta facilidad. Y esta es una historia más de la que quizás, no pueda
ver el final.




25 de abril de 2011

Bolitas de papel

Un amigo

Aline estiró su brazo hacia la ventana, pegando su manita en el frío cristal transparente. La puerta estaba cerrada, pero las enfermeras del hospital habían dejado las cortinas abiertas, por lo que, subiéndose a un banquito, lograba ver a las personas que andaban en el pasillo. Pegó su nariz al vidrio y rió sola cuando empaño una parte con su aliento: ésa era su vida. Vivir en una habitación blanca de un hospital a causa de los débiles latidos de su corazón, que hacían funcionar mal a su cuerpo. A su tierna edad, estaba a acostumbrada a pasar largas horas en soledad y vivir en ese lugar como si de verdad fuera su casa. Dibujaba, miraba las caricaturas en la televisión, pero por sobre todas las cosas, leía. Y un día, mirando su libro favorito, observó con detenimiento el dibujo del zorrillo y la ardilla, entonces se dio cuenta de que algo faltaba en su vida; no tenía un amigo.

—Papá, ¿por qué no tengo amigos? —preguntó un domingo de visita de su papá al hospital. Él le cepillaba el cabello cuando llegó la interrogante.

—¿Los doctores no son tus amigos? —respondió su padre, un hombre alto que tenía la apariencia de saberlo todo y explicarlo con calma.

—Quiero conocer más niños. ¡Un día de estos, saldré y tendré muchos amigos!

Su grito fue tan fuerte que un doctor se asomó y le sonrió, extendiendo su mano para decirle que él la apoyaba.

Pero pasaron las semanas y Aline enfermaba más y más. Tanto, que ni siquiera sus padres podían abrazarla. Para que todo estuviera seguro, los doctores les pidieron a sus papás irse unos días y así pudieran descansar. En esos momentos, Aline se sentía más sola de lo que jamás estuvo, incluso más que el día que su perra Nita escapó de casa y no volvió.

Una tarde en la que sintió que sus fuerzas volvían, se levantó de su cama, arrastró el banquito y al subirse, miró afuera, lo que ella veía como el maravilloso mundo exterior; el pasillo del hospital. Pero esa tarde miró algo que para ello fue como un milagro: había un niño sentando en el suelo, sin estorbar el paso. Abrazaba sus piernas con una mano mientras con el dedo de la otra hacia dibujos invisibles en el suelo. Aline habló con todas sus fuerzas, pero el otro no pudo escucharla, porque no levantó la vista. La niña entonces, pensó en usar otro método más efectivo para hablarle, así que golpeó el vidrio, esperando que esta vez si la oyera.

Así fue. El niño levantó su vista y primero miró confundido a Aline, pero después se puso de pie y caminó hasta el cristal. El niño era mayor que ella, por lo que su cabeza llegaba hasta el vidrio y podía verla perfectamente. Aline sonrió ampliamente y en respuesta tuvo una igualmente brillante de él. No se podían escuchar, por lo que empezaron a inventar toda clase de juegos sin que existieran palabras en medio. Hacían figuras con las manos, gestos graciosos y raros con sus rostros e inclusive intentaban transmitirse mensajes. Ese día, Aline encontró un amigo.

Pero después de un rato, un hombre de bata blanca se acercó a la ventana y tomó al niño por el brazo, para llevarlo a otro y por más que se resistió, el hombre terminó jalándolo a otro lado. Aline se despidió, moviendo su mano de un lado a otro, con los ojos llorosos.

Los días pasaron y no volvió a ver a su amigo. Solía mantenerse en la ventana, para ver si aparecía, aunque no llegó a suceder tal cosa. Cuando salió del hospital y fue llevada a su casa con su mamá y su papá, la esperaron con una fiesta sorpresa. Su papá no había olvidado las palabras que Aline le había dicho e invitó a un montón de niños y niñas que la recibieron cantándole como si fuera su cumpleaños.

Recibió muchos regalos, pero finalmente, el que más le valió a su pequeño corazón fue sólo uno: entre la multitud de niños que corrían de un lado a otro, había sólo uno que permanecía quieto, mirándola como si estuviera confundido completamente.
Aline lo reconoció: era el niño que había conocido en el hospital, su amigo y acompañándolo, estaba el hombre de bata blanca que se lo había llevado, seguramente su papá también. Ella se ocultó detrás de las piernas de su padre, mientras el niño era tomado de la mano por el otro hombre y lo llevaba ahora hacia Aline.

El hombre de bata blanca se agachó, quedando en cuclillas, a la altura del niño y un poco más arriba de los ojos de Aline.

—Bonita, ¿puedes salir de donde estás? —La niña negó con la cabeza, pero su papá se movió, para quitar sus piernas y dejarla a la vista. Aline bajó su mirada y sonrió, mirando lo que pasaba. El adulto casi desconocido, le dio un empujoncito al niño, para ponerlo delante de ella.

Ellos se miraron y rieron cuando Aline hizo uno de los gestos que había aprendido la tarde que se conocieron en el hospital.

—Aline —dijo el hombre—, él es a Tristán. De ahora en adelante y para siempre, él va ser tu amigo.

—¡Tristán, eres mi amigo! —gritó ella, feliz.

—¡Lo soy! —aseguró el niño.

Y lo fue siempre. Aun cuando pasaron los años y esas palabras fueron borradas de sus memorias. Pero aquel día en el que se conocieron, hubo magia entre ellos. Una magia que aún no desaparece, una magia que muchos le llamaron destino, pero que para ellos tuvo un nombre mucho más simple. Amistad.



***


Bueno, esta sección será inaugurada con uno de mis primeros intentos fallidos al redactar un cuento infantil. Mis razones por las que decidí desecharla, es porque sentía que no llenaba las necesidades básicas de un buen relato infantil, además del hecho de que me pareció sumamente meloso. Le agarré cariño, pero eso no significaba que no fuera critica con mis propias historias. Ésta en especial, tiene el honor de llevarse un montón de recuerdos míos. Pienso que es más una linda memoria que en sí, una buena historia, aunque siempre termino preguntando qué es en realidad una buena narración e historia.

Como ésta sí tiene final, creo que me queda agregar, que la base en el hecho de que aún los pequeños niños enfermos, tienen el sueño de querer ser amigos de alguien. Me da la impresión de que para la soledad no hay una edad debidamente establecida. Pero lo que más de ternura, es lo rápido que pueden amar los pequeños y lo rápido que sin duda alguna, pueden ser correspondidos en igualdad de sentimientos.

Creo que por eso amo tanto el mundo infantil, por la sencillez del mundo ante sus ojos y sobre todo, ante cualquier difícil situación. La sinceridad brilla en las almas más pequeñas del planeta.

17 de abril de 2011

¡Tadán! ¿Les gusta la imagen que recién he editado e inventado? A mí me encantó, jaja. Bueno, pero en realidad es para presentar esta sección que he decidido crear, luego de mi experiencia de intentos de historia. Tal y como pueden apreciar, se llamará “Bolitas de papel” y es en donde pondré todos mis escritos que sólo tienen la idea, la imaginación o una escasa página. Veneraré a todas mis ideas esfumadas y queridas en esta sección que fueron escritas, arrancadas por considéralas pésimas, echas bolitas y finalmente arrojadas al cesto de basura.

Aunque por alguna extraña razón, han decidido sobrevivir, pues… ¡Las pondré aquí y mis razones de por qué no la continúe y mi propia opinión de ella! Si hay que reírse, empecemos por uno mismo, ¿no creen?

El caso es que tengo muchas cosas escritas y que jamás llegaron a ver la luz hasta el día de hoy. Pienso que pondré una a la semana, para llenar este espacio que he decidido crear.

Lo siguiente son datos irrelevantes o más bien, que no tienen nada que ver con esto. Primero, ahí está la licencia de que yo y yo sólo yo soy el autor de mis obras. ¡Ja, en tu cara, Kev! Lo siguiente, es el diseño del blog, por el cual batalle mucho, pero al final me gusto y por último… no he dormido. Sigamos andando, entonces.