
22 de abril de 2012
Cuarta Reseña: Juegos de Seducción 1

10 de febrero de 2012
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10 de octubre de 2011
¿Habéis pecado sólo por amor…?
20 de julio de 2011
Konkurso Kaliente. Mortal hoguera
22 de junio de 2011
Una gota de tu mar
…entonces, ella me sonrió con ternura maternal. Siempre odié que me mirara de esa manera, porque muy en el fondo me recordaba que para ella, yo seguía siendo una niña caprichosa, una pequeña niña que se aferró a su cintura con toda la fuerza que pudo para nunca dejarla ir. Pero que de algún modo inexplicable la soltó.
19 de junio de 2011
Prohibido Estacionarse. Capítulo 4
Prohibido Estacionarse
11 de junio de 2011
Prohibido Estacionarse. Capítulo 3
Por:
PukitChan
III
Recuerdo muy bien esa mañana porque, por más que corrí hasta sudar, no logré alcanzar la micro.
Maldije al conductor, pese a que eso no haría que regresara y abriera las puertas para que yo pudiera subir. Estaba estresado, malhumorado por mis pocas horas de sueño, bostezaba continuamente y encima de todo tenía una presentación en la universidad ese mismo día. Es cierto que llevaba un buen tiempo y no sería el fin del mundo si me calmaba a esperar la siguiente, quizás hasta podría tomar un asiento y descansar unos cuantos minutos, pero no, no podía pensar de esa manera tan positiva. Nadie es positivo en situaciones como éstas.
—Te hará bien —dijo repentinamente una voz a lado de mí mientras mi visión de la calle y el ruido de ella era interrumpido por una caja de cigarros amarilla. Me quedé absorto en esto, como si fuera una revelación del apocalipsis, aunque en realidad lo único que pasó es que me había tomado por sorpresa.
—¿Ah? —Ésa fue mi primera reacción con una mueca malagradecida que lo decía todo. Desvié la mirada, siguiendo la trayectoria de la mano, encontrándome con un traje negro. Al levantar completamente mi vista, me encontré con él, aquél que seguía aún trayendo ese estúpidamente feo nudo de corbata. Pero después de mi sorpresa inicial, traté de dibujarle una sonrisa y negué—. No, gracias… no fumo desde mis dieciséis.
Él bajó su mano y guardó los cigarros. Supuse que me recordaba y sobre todo a nuestros escasos encuentros, porque no podría creer que fuera un buen samaritano que andaba ofreciendo nicotina a todo bicho viviente que pareciera sumamente estresado, así que miré de reojo, analizando por primera vez sus facciones de una manera seria pues anteriormente no había tenido el tiempo ni la atención suficiente para hacerlo.
Su cabello era castaño oscuro corto, sin duda acorde a su forma de vestimenta. Sus ojos miel parecían demasiado chicos bajo esas cejas pobladas. Tenía una nariz amplia, pero acorde a la forma de su rostro; sin embargo, lo que más me impresionó de él fue la forma de sus labios. Amplios, pero cuidados y….
―¿Te gusto? ―Él, que se había percatado de que lo estaba mirando como imbécil, me habló para sacarme a propósito de mi análisis y lograr que me diera cuenta que parecía uno de esos niños que te miran cuando van caminando y te hacen sentir incómodo.
―Perdón… ―dije y por acto reflejo, miré la calle y la bendita micro no daba señales de querer aparecer, preguntándome si es que llegaría más rápido corriendo. Vacilé por los puntos en contra, ya que llegaría sudado… ¡A una presentación! Estaba seguro de que no había nada más humillante que eso. Claramente estaba equivocado, pero aún no me daba cuenta de ello.
―Ahí viene, deja de torturarte… ―Lo quise mirar, pero mi abstuve de hacerlo. ¿Por qué me hablaba? ¿Acaso era un psicópata que me estaba siguiendo? Aunque su voz había sido comprensiva a mi punto de vista, no era el momento para ponerme a dialogar, de modo que sólo me dediqué a formarme cuando finalmente para alivio mío llegó la micro. Apoyé mi mano en la fría barra de metal para ayudarme a subir los escalones y justamente cuando pagaba el precio de mi viaje, volteé a ver si seguía ahí. Dos señoras de distancia nos separaban y me pregunté si es que él las había dejado subir antes, como se supone que debía ser un caballeroso hombre.
Resignándome a no sé qué, seguí mi trayecto dejándome caer junto a la ventana en uno de esos asientos incómodos y carentes de espacio normal. Recargué mi cabeza en el vidrio y mis rodillas en el respaldo de los asientos de enfrente, esperando a que la micro se llenara en una posición poco adecuada no sólo para mi columna sino también para la ropa medianamente formal que traía puesta. Cuando él finalmente subió, buscó un asiento disponible y aunque el que estaba a mi lado no era el único disponible, optó por caminar y sentarse haciéndome una muda compañía.
El estruendoso ruido del transporte hizo gala de su presencia cuando arrancó finalmente. Yo miraba a todos lados, inquieto, aunque si alguien hubiera visto mi nerviosismo anterior con mucha facilidad podría asumir que de verdad quería que la micro volara. No era una mala idea en realidad, hasta que se me ocurrió mirarlo de nuevo. Él ya había sacado su celular y al parecer estaba leyendo un mensaje en el que no podía ser tan descarado para leerlo, pese a que las letras estaban ahí, mirándome y seduciéndome.
―Jm, te habías tardado… ―musitó él y obviamente estaba dirigido para su móvil y no para mi. Alcancé a ver unas líneas de frustración en su frente. Sabía, una vez más, que no debía meterme, pero si él ya me había ofrecido un cigarro por mi estrés, ¿qué me costaba hacer el ridículo a mi también y redimirme por mi actitud de hace un rato?
―¿Todo bien? ―solté de improviso y arriesgándome a que ni siquiera me escuchara, pero al parecer sí lo hizo porque giró hacia mí y sonrió de lado, levantando su teléfono celular y balanceándolo en su mano al mostrármelo. Yo negué en señal de que no comprendía qué me quería decir con eso, al tiempo que me sentaba decentemente.
―Mi pareja acaba de terminar nuestra relación por vía mensaje de texto. ―Acentúo su sonrisa―. Es más frío que hacerlo cara a cara. ―Debió haber percibido mi expresión de sorpresa y lucha interna por decirle algo, porque se me adelantó diciendo―: Está bien, no es el fin de mi vida.
Supuse que no le había dado demasiada importancia a esa relación y tal vez desde ese momento me debería haber dado cuenta de cómo era él. No entré al juego con los ojos cerrados, a lo mejor era yo el que no quería ver nada.
―No debió valer la pena, si ésa es tu reacción ―añadí, como si estuviera en la libre confianza de hablarle y de poder tocar cualquier tema con él―. ¿Acaso no era buena en la cama? ―pregunté, encontrando que parpadeaba rápidamente y después reía bajo, guardando en el bolsillo izquierdo su celular.
―Nada es perfecto. Las personas mucho menos y aun así, pese a que saben esto, siguen buscando a alguien que lo sea y que pueda ayudarles a corregir sus defectos. Y entonces, cuando descubren que ese alguien con quien están también se equivoca, tienen dos opciones: aprender que los errores son buenos en ocasiones o seguir en su búsqueda ideal y aun así de cualquier manera ya están tropezando con la misma piedra.
Ésas no eran palabras que se entablaban en cualquier conversación o al menos, eso fue lo que quise pensar, de modo que asentí con la cabeza. No hacía falta añadir más palabras y si fuera así, yo no encontraba las adecuadas; sin embargo, en nuestros rostros no había gestos de reflexión profunda sino simple y llanamente dos sonrisas de aprecio ante una realidad cotidiana.
―Si hablas así y ella te dejó, entonces tú eres el que no es bueno en la cama ―bromeé un poco para acabar con el silencio entre nosotros. Me sonrió, curveando ambas cejas dándome a notar que había tocado una parte de su orgullo masculino y que si seguía con mi broma, iba a defenderse―. Ya, bueno, yo sólo decía.
―¿Estudias? ―preguntó tentativamente al darle una repasada rápida a mi mochila entreabierta de la cual sobresalían mis papeles.
―Sí, o al menos eso es lo que estoy intentando.
Parecía que sus preguntas no eran dichas con la realidad intención de conocerme, más bien sólo era el método clásico de mantener conversación con quien se te ha ocurrido sacar plática y lo gracioso es que no lo culpaba sino que en el fondo de mi lo justificaba repitiéndome que era porque me seguía teniendo en su memoria.
―¿La universidad? ―interrogó, mientras yo me limitaba a asentir. Acto seguido, apreté mis labios para humedecerlos y seguir hablando.
―Supongo que tú trabajas en una oficina o algo… ya sabes, por el trabajo, cada que te veo estás vestido formalmente.
Entrecerró lo ojos sutilmente y clavó su vista en mi. Yo vacilé y analicé mis palabras, llegando a la rápida deducción de que aún no había metido la pata para creer que me observaba con enfado, así que sin titubear, respondí también a su directa mirada, sin sonreír, sin expresar alguna clase de sentimientos. Llegó un momento en el que él optó por desviar la mirada al llegar a un punto luego de haber permanecido así a lo largo de dos minutos.
―Es en una oficina, sí… pero no es que me sienta muy cómodo usando esta clase de atuendo, aunque admito que en los últimos meses me he estado acostumbrando.
―Entonces, no usabas antes ―aseguré con una sonrisa―. Se nota en el nudo de tu corbata.
Se notaba que él mismo estaba consiente de aquello, porque no se enojó ni bajó la mirada para observar aquello y me lo imaginé exactamente frente a un espejo, peleándose cada mañana con su corbata, intentando hacerla lucir bien; sin embargo, después de los tres minutos se frustra, dejándola exactamente igual o inclusive peor que cuando inició el proceso. Reí.
―¿Ahora eres don perfecto?
Fruncí enojado, por haberme echando a la cara aquel aspecto de mí, del que me sentía bastante orgulloso y avergonzado al mismo tiempo, aunque esta vez fue la frustración la que le ganó a las anteriores dos.
―Sí, si lo soy ―respondí secó, desviando infantilmente mi visión hacia otro lado de la micro, aunque me impresioné cuando descubrí que ya estaba casi por llegar a mi destino y ni siquiera me había dado cuenta: parecía que él me absorbía a un nivel que no lograba comprender. Suspiré y me dispuse a acomodarme, recordando que tenía cosas más importantes que hacer además de pelear con mi vecino de asiento.
Lo miré, diciéndole con los ojos que me diera permiso, pues el bloqueaba mi camino para que yo me pusiera de pie. Dio una repasada alrededor y se dispuso a levantarse, pero antes de completar su acción se quedó unos segundos meditabundo.
―Dijiste que siempre me has visto de traje… ―pronunció incorporándose después de todo, cediéndome el espacio para que yo pudiera salir―, ¿acaso tú y yo ya nos conocíamos?
Me quedé quieto y cerré mis ojos mientras me ponía de pie y camina por el espacio disponible de la micro para dirigirme a la puerta trasera del vehículo. Sentí su vista posaba sobre mi espalda, pero hice caso omiso a esa sensación y toqué el timbre para que se detuviera la micro, dejándome bajar en la siguiente parada. Entreabrí mi boca cuando la puerta se recorrió y ráfagas de viento por el movimiento ahora más lento, me golpeaban en el rostro.
De un solo brinco bajé de la micro a la acera, caminando algo torpe y distraído, tanto que tiré mi dinero al suelo. Bufé fastidiado y cuando me agaché para recoger las monedas, fue cuando el peso de la realidad cayó sobre mis hombros.
Yo le había dicho que lo había visto y era cierto, pero…
...pero él ni siquiera recordaba aquellos encuentros.
Siempre me dije a mi mismo, que yo no sabía enamorarme. Pero a partir de ese día descubrí que cuando dos personas se unen para formar una misma, descubres cosas uno cree que jamás podría llegar a sentir…aunque a veces muchas de estas, no sean necesariamente de amor.
1 de junio de 2011
Prohibido Estacionarse
Desde que era niño,
De nada funcionó. En ese entonces ya era homosexual y ni siquiera sabía de la existencia de la palabra que me decía que yo era algo diferente sólo porque me gustaba alguien que era parecido a mí.
Mamá acabó aceptándolo con el tiempo, en cambio, mi viejo decía que estaba bien, pero sabía que él nunca sonreiría si llegaba a casa con una pareja que tuviera algo colgándole entre las piernas. Ellos no me tacharon como su hijo marica, pero tampoco estuvieron orgullosos de lo que era; en la medida de lo que me fue posible, intenté comprenderlos como ellos lo hicieron conmigo y me las ingenié para que ellos nunca me vieran con mis escasas parejas mientras yo intentaba sobrevivir a una adolescencia que de por sí, ya era bastante difícil.
Después de la escuela iba de trabajo en trabajo y así junté poco a poco, después de algunos años, el dinero suficiente para independizarme. Mis padres insistieron en pagarme la universidad, así que mis gastos se iban en las cosas que pedían para mi carrera. No me quejaba de mi vida, me sentía bien porque así al menos, si mis viejos tenían visitas estos no los mirarían raro por tener un hijo gay.
Afortunadamente, al ingresar a los estudios superiores me di cuenta que al menos una gran parte de las personas ya entendían que quizás no era del todo malo ser homosexual, así que en su mayoría ya no me excluían y pude hacerme de buenos amigos y algunas veces, de un corazón roto que intentaba sanarse una vez más aunque quedaran unas pequeñas grietas en su forma.
Yo no necesitaba enamorarme. De verdad que no.
—¿Y…? ¿Qué piensas hacer? —Fruncí el ceño inmediatamente al escuchar esas palabras. Yo no quería hacer algo. ¡Yo quería reírme de la situación que me había pasado! Pero claro, al parecer había escogido al amigo menos indicado para hacer ello.
Esta plática fue unos días después de haber obtenido su número telefónico. Decidí que era una buena idea comentarlo y para eso, elegí un momento entre clases. Estaba recostado sobre el césped, con mi compañero de curso, esperando nuestro siguiente horario. Quien me acompañaba se llamaba Luis, un sujeto que era un año menor que yo, de cabellos corto y negro, ojos claros, nariz chata y un tic desesperante de tocarse el lóbulo de la oreja mientras hablaba. Ahora mismo se encontraba haciendo eso.
—Nada —respondí cortante, pero luego una chispa de furia brotó de mí, iniciada no sé cómo, y que me motivó a explayarme como padre en el sermón de la misa dominical—. ¡Yo no lo busqué! ¡Yo no quería su número! Él de repente me lo dio mientras estaba dormido. ¡Y ni siquiera estoy seguro de que sea de él! ¿Por qué tendría que serlo? ¡Es estúpido!
Luis no hacía nada, ni me miraba. Estaba más ocupado en introducir su dedo meñique en su oreja, rascarse y después verlo para ver si había obtenido cerilla de su método de exploración. Sentí que ni siquiera hablaba conmigo mismo, pues me hacía falta un espejo. En el fondo, sabía que no era así, ya que Luis en realidad era alguien si prestaba atención a lo que ocurría a su alrededor, no por nada era uno de los estudiantes con mejor calificación de los que yo conocía.
—¿Entonces, por qué le estás dando tantas vueltas al asunto? Si no te interesa, sólo olvídalo.
Bajé mi mirada y apreté mis labios mientras me sentaba para abrazar mis piernas con una sola mano y con la otra me dedicaba infantilmente a arrancar el pasto y después arrojarlo hacia el frente, como un signo totalmente claro de mi enfado injustificado ante sus palabras.
—No le estoy dando demasiada importancia —murmuré entre dientes.
—Claro que no —dijo y me volteó a ver con una sonrisa en sus labios. Me fastidio todavía más esa sonrisita suya y Luis lo notó, así que terminé escuchando su escandalosa y burlona risa que atraía la atención de más de uno que pasaba por ahí. Giré el rostro para ver el suyo una vez que se calló; él, sólo negó levemente como una disculpa de su parte y yo me encogí de hombros sólo como un acto reflejo.
—¿Debería averiguar si es su número? —pregunté. Sí, soy un idiota. Primero digo que no me interesa y a los minutos ya estoy pidiéndole su opinión a Luis, pero él ya me conocía desde hacía más de dos años y quiero creer que en realidad, ya se había acostumbrado a mi forma de ser.
Él movió su cuerpo para quedar sentando, tomando su mochila y metiendo todo lo que había sacado de ella y no había ocupado. Me desesperaba que las personas le hicieran tanto de emoción a las cosas cuando uno sólo quería saber la mágica respuesta en el instante. Al ponerse de pie, me quedé sentando mirándolo, pero él hizo una mueca en su rostro que expresaba que era hora de irnos a nuestro siguiente periodo de clases.
—¿Y qué pierdes con intentarlo? Además, algo que me dice que no estarás satisfecho hasta que descubras si es de él su número y si no lo es, siempre podrías preguntar por fulanito y pensaran que simplemente te equivocaste al marcar.
Me levanté con desgano, enfadado porque Luis me daba todas las grandes posibilidades y yo las rechazaba porque una me parecía tan ilógica como la otra. O quizás era por simple temor de lo que podría suceder más adelante. Sacudí el pasto que se había adherido a mi ropa y solté un resoplido en tanto me acercaba a él.
—Sólo por quitarme la espina de la curiosidad, lo haré —declaré. Luis me miró de soslayo y le dediqué una sonrisa tan valiente como poco convincente, pero aun así me devolvió el gesto y finalizó el tema dejándome totalmente a gusto con ello.
En realidad, yo no esperaba nada bueno de esa decisión. En el fondo, ésta no me dejaba de parecer completamente estúpida. Cosas como ésas no pasan en la vida real. ¡Claro que no! Semejante idiotez en la que me había ido a meter sólo por un patético nudo de corbata.
Es curioso que de todos los detalles de esta historia, el que más recuerde sea justamente eso. Me hubiese gustado comenzar de una manera totalmente distinta, pero creo que escogí un buen punto de partida, porque lo que sucedería después era tan simple y a la vez tan complicado que parecería que nada tiene coherencia o punto base para sujetar a todo lo demás. Pero se supone que no debo adelantarme a los hechos de mi propia vida. Quizás ese fue el comienzo de mi decepción.
Me encontraba sentando en un parque cualquiera. Había mucha gente paseando, parejitas siendo repulsivamente cursis, niños corriendo y perros fornicando, toda la mezcla que se encuentra en esta clase de lugares. No conocía ese parque. Había tomado en total quince estaciones del metro, una micro y una larga caminata de media hora para llegar ahí, con el teléfono celular en el bolsillo, esperando a que mi ansiosa mano tecleara el número que se supone debía marcar. Pero… ¿por qué estaba en ese lugar para realizar la importantísima llamada? Tenía una razón demasiado simple a prueba de engaños; escogí a propósito un lugar desconocido para que de esa manera, si la llamada resultaba ser una decepción o una completa vergüenza para mi persona, al menos se suscitaría en un lugar que no frecuento y por lo mismo, no recordaría esa humillación. Todo se quedaría en un sitio lejano, en un momento inexacto de mi vida, una memoria que entonces sería fácil de olvidar… o al menos, eso era de lo que me quería convencer.
Tomé el curioso aparato entre mis manos, delineando sus teclas y admirándolo como si fuera nuevo. Me dejé de tonterías y sacando el papelito que traía en mi cartera, miré su escritura y marqué. Tanto melodrama de mi parte para algo que me hubiera tomado cinco minutos hacerlo en cualquier otro lado. Admito que todo esto me estaba causando un hermoso dolor de cabeza.
«El número que usted marcó no existe. Por favor, verifique su marcación.»
¡…púdrete!
Aquella tarde me enfadé, es cierto pero… ¿tenía acaso el derecho de hacerlo? Claro que en ese momento no fue eso lo que pensé. Expulsé unas maldiciones llenas de palabras altisonantes. Después de dos minutos de furia comprendí que era bastante tonto lo que estaba haciendo, pues lo único que deseaba era saciar mi curiosidad. No regresé directamente a mi casa, la verdad es que me desquité al ir a comer algo de por allí para sacar esa patética llamada de mi mente.
Y lo olvidé. No, más bien guardé ese día en un rincón de mi memoria, junto con esos recuerdos vergonzosos que todos tenemos y nos esforzamos por echarlos al vacío esperando que nunca más salgan de ahí. Lo malo es que no dejan de ser parte de nosotros y cuando menos los queremos estos aparecen.
Retomé todo con mayor calma después. He de confesar que fue bastante liberador haberle puesto un punto final a dicha situación. Estaba mejor así, pero no dejaba de tener ese gusto amargo que te dejan las malas experiencias.
A los pocos días, cuando volví a tomar el metro, caí en cuenta de por qué me había afectado de tal manera ese hecho. Porque cuando lo conocí, cuando él me mostraba su nudo de corbata en nuestros inesperados encuentros que estaban lógicamente más allá de un contacto real, yo estaba sumergido en la rutina.
Ésa fue mi razón lógica. Todo lo que realizaba era por más inercia que por otra cosa. Era despertarme, realizar mis tareas cotidianas, ir a la universidad, hacer mis tareas, mantenerme vivo, dormir e iniciar con todo eso una vez más. Creo que llegué al punto de que ni siquiera yo mismo me daba cuenta de que diario hacia exactamente lo mismo; es decir, no tenía ni la más mínima idea de estaba atrapado en ese círculo. Es algo que tarde o temprano descubrimos todos, pero en mi caso, el detonante fue él y su corbata. No digo que me haya liberado, sólo digo que él fue quien me hizo darme cuenta de eso.
De pronto ya no tenía ganas de encerrarme todo el día. De pronto, tuve ganas de salir en mis ratos de ocio a tomar un café lejos de mi casa. Era algo mezclado entonces. Por una parte me molestaba el que hubiera jugado sucio con aquel número telefónico, pero por otra parte, estaba contento del momento de frescura que su encuentro me había dejado.
Dicen que todo encuentro tiene una razón. Ésa clase de cosas son las que yo pasaba inadvertidas porque ni estaba a favor ni en contra. Era un punto totalmente neutro para mí. Tampoco es que haya empezado a creer a partir de que lo conocí. Únicamente me vi recordándolo como si fuera un agradable momento, pues repentinamente estaba sonriendo de la nada a mitad del vagón mientras escuchaba música.
Era como reencontrarse con algo perdido mucho tiempo atrás.
25 de mayo de 2011
Prohibido Estacionarse
Bueno, déjenme darle una presentación nueva: Es un relato homoerótico, que habla de una relación nueva, apasionada, pero haciendo hincapié a que es reciente. Bueno, pues, espero que sea de su agrado y en realidad, no me gusta anunciar lo siguiente, pero es necesario: Registrada bajo derechos de autor. ¡Disfruten! ¡Y gracias y les nace después de esto, dejar un comentario!
Éste será mi primer cumpleaños en el que estemos juntos.
Al despertar en la mañana del cuatro de abril, ése fue mi primer pensamiento del día e inevitablemente extendí una sonrisa boba. Sí, hacía poco más de cuatro meses que nuestros caminos se habían cruzado, pero aun así yo era inmensamente feliz. Y no podía evitar tener el sentimiento de que había entrado a una de las épocas más maravillosas de mi vida, si no es que la mejor.
Con eso en mente, llené de energía mi cuerpo, para iniciar un día más de mi último año de universidad. A mis 23 años, apenas tenía tiempo para verlo entre clases, tareas y después el trabajo como mesero que me permitía solventar mis gastos tanto de la escuela como del sencillo apartamento de dos habitaciones en el que vivía, luego de haber decidido por mi cuenta el querer independizarme.
Fue en medio de todo este ajetreo cuando lo conocí. No es un compañero de la escuela, ni del trabajo, ni siquiera un cliente recurrente de la cafetería. Él sencillamente un día apareció en mi vida y se introdujo en ella como si me conociera desde siempre. Sólo llegó decidido a quedarse y comenzó a importarme antes de que yo mismo me hubiese dado cuenta.
Al tener escasa vida social, apenas tenía tiempo de convivir con alguien más que no fueran mis libros y mi computadora, pero existió el día en el que, peleándome por lograr entrar al vagón de un saturado metro, en medio de la multitud que exigía ingresar aun cuando ya no cabía nadie más, lo conocí.
Yo estaba con la espalda pegada a la pared metálica del transporte subterráneo, mirando mi par de tenis de color blanco y negro que colindaban con muchos otros calzados de diferentes especies. Mi mente divagaba constantemente entre un proyecto escolar y el tiempo que debía dedicarle, lo cual en resumidas cuentas me debía dejar con diecinueve horas para dormir en la semana. La cafeína sería vital a lo largos de los días y poco a poco me había acostumbrado a mis irregulares horas de sueño, así que lo último que necesitaba era algo que desorganizara mi vida todavía más, sobre todo cuando me encontraba tratando de ordenarla.
Ahora que lo pienso, quizás hubiese sido una buena idea haberme puesto un letrero en el pecho con la leyenda «Prohibido estacionarse»
No tiene caso ponerme a pensar por qué razón levanté la vista. Probablemente ni siquiera haya una razón, sólo fue algo que hice. Fue en la segunda estación de mi recorrido diario cuando descubrí que no era el único al que le tocaba sufrir el congestionamiento de gente, pues había alguien frente a mí que recargó su mano en la pared para tratar de no aplastarme por los empujones de los demás que entraban y salían.
Era alto, porque cuando alcé mi rostro, encontré una corbata roja mal hecha acompañada por un traje negro. Estábamos a treinta centímetros el uno del otro, sintiendo un calor apremiante a pesar de ser diciembre pero que ya había aprendido a ignorar. Perfeccionista, como lo he sido desde siempre, tenía el deseo de levantar mis manos y arreglar el nudo rojo que se balanceaba de atrás hacia adelante justo frente a mis ojos.
―No te atrevas. ―Tardé más tiempo del planeado en reaccionar, ya que no imaginaba que esa gruesa voz estuviera dirigida a mí. Imaginaba que sólo era un murmullo más de las conversaciones que normalmente se sostenían en el camino. Pese a eso, mis ojos se desviaron a su rostro, uno que no esperaba. Por el traje, tenía el infantil pensamiento de que era un adulto de treinta y cinco años, pero la faz que encontré era de alguien de mi mismo tiempo, quizás sólo unos dos o tres años en superioridad.
Parpadeé varios segundos. No, no me había quedado impresionado por su inmenso atractivo, el cual en realidad ni siquiera era inmenso ―aunque de mi lado no había mucho que presumir tampoco―, lo que yo sentía era sorpresa por tratar de imaginarme si él se había dado cuenta de mis intenciones con el feo nudo de su corbata.
―¿Es… a mí? ―pregunté, mirándolo a los ojos. Él rodó los suyos, mientras el metro hacia una de sus improvisadas paradas que toman con la guardia baja a todos. Nos quedamos en silencio, sencillamente observándonos el uno al otro, como si fuera lo más normal del mundo. El ruido molesto que indicaba la parada en una nueva estación fue el que destruyó nuestra burbuja, pues él desvió la mirada y sin expresión alguna, se abrió paso entre la multitud para bajar del vagón.
De esa manera, él y yo nos conocimos. Y no pude olvidar a la corbata roja mal anudada y al dueño de ella, aunque francamente no esperaba volver a verlo, ya que era sólo una persona más de entre las miles diarias con las que mi camino se cruzaba.
Me equivoqué. Exactamente a los diez días del acontecimiento, yo salía de la universidad en un horario que me permitió tener un asiento del vagón y en el que a los pocos segundos me quedé adormilado con los brazos cruzados sobre mi mochila negra desgastada. Realmente no es algo a lo que se le pudiera llamar como un descanso, pues sentía claramente cada parada en las estaciones y la gente que iba y venía aunque sin tener las ganas suficientes para abrir mis ojos y mirar lo mismos anuncios de siempre.
Sin embargo, fue una tos fuera de tiempo lo que me hizo entreabrir mis ojos… y al hacerlo, estaba nuevamente esa persona frente a mí, pero siendo sincero no lo reconocí a él, sino al poco agraciado nudo de la corbata, aunque ahora era de un color totalmente distinto; era verde oscuro.
Torpemente, me acomodé en mi asiento y lo miré, aclarando mi distraída mente y confirmándome a mí mismo que era el sujeto de la vez pasada. Él pareció también reconocerme cuando me miró a los ojos y sonrió. Obviamente, no tenía ningún espejo enfrente pero aun así supe que la expresión que le dibuje fue como si estuviera sentado frente a un enfermo mental.
―Babeas ―dijo con esa misma voz amenazante, aunque ahora no pude dejar de notar que su timbre de voz podría ser más bien de burla.
Abrí mis ojos completamente, él había conseguido desaparecer todo el cansancio con una palabra que me obligó a llevar la mano a la esquina de mis labios que estaban húmedos y así darme cuenta de que había estado derrochando mi saliva durante el breve trayecto realizado. Me avergoncé, pero era algo que no podría demostrar frente a él.
Al levantar el rostro, él ya no me miraba con su sonrisa burlona. Observaba hacia el vidrio, obviamente pensando en algo, ya que no había paisaje alguno que admirar además de las paredes que te mareaban porque el vagón iba demasiado rápido. De alguna manera sentí que al menos, podría mostrar un poco de educación hacia él, preguntándole si se encontraba bien, aunque por otra parte ¿por qué habría de hacerlo? Ni que yo fuera tan descarado para meterme en la vida de este perfecto desconocido.
Mi cuerpo saltó por inercia cuando sus pupilas atraparon las mías en el momento de estarlo observando y debatiéndome conmigo mismo. Sólo fue eso antes de que él perdiera todo interés en mí y volviera a sus propias cavilaciones, así que opté por hacer lo mismo. Acomodé mi cuerpo una vez más y asegurándome de que no abriría mi boca, cerré los ojos y me perdí en el sueño que ahora, más que por necesidad, era por el deseo de no tener nada en mente y poder relajarme.
Cuando reaccioné, estábamos por llegar a la última estación; me había pasado de mi camino por quedarme dormido. El vagón estaba casi vacío y por supuesto, él no estaba. No me di cuenta de que en ese momento, al despertar, inconscientemente lo estaba buscando. Cuando alcé la mano para cubrir el bostezó que de mi salió, me percaté que en mi mano había un papel. Y yo no recordaba haber traído ningún papel.
Miré la hoja arrugada y descubrí escritos en ella, unos números que vistos con mayor atención eran los de un celular. Y no era sólo eso, también habían unas palabras que decían: «No seas cobarde»
Recuerdo no haber entendido qué había querido hacer, o quizás sí, pero estaba demasiado impresionado como para reaccionar en ese instante. La voz dulce y femenina que pedía ningún pasajero quedara abordo fue lo que me impulsó a levantarme y salir del vagón. Realizando las cosas por inercia, subí escaleras para salir del subterráneo al mundo exterior; recordé entonces que estaba en el lugar incorrecto y bufé. No pretendía volver abajo, decidí que prefería regresarme caminando para mirar lo que había de nuevo a mí alrededor.
Quizás nada nuevo, pero si diferente.
Esa tarde, al abrir la puerta de mi habitación, aventar la mochila a mi escrito y después arrojarme boca abajo a mi cama, aún con el papel que había adquirido en el metro…
…todavía no me daba cuenta de que alguien había tocado a mi puerta y yo, por la simple costumbre de atender cuando llamaban, me había asomado para ver quién era el que había llegado a mi vida a instalarse, sin dar siquiera un aviso de ello.
26 de abril de 2011
Azul
«Si tan solo no te alejaras tan rápido» pensó, suplicante. «Si pudieras detener tus pasos para voltear y esperarme»
Tampoco eso ocurriría, pero…
Sus pensamientos fueron cortados cuando unos pasos lo alertaron. Bajó su mano y se limpió el ojo sin mucho cuidado, sonriendo. Sabía de quién se trataba, pues le había mostrando su escondite exclusivamente para que él lo hallara cuando se escondía a propósito con el deseo de ser encontrado. Giró su rostro y recargado en el tronco del árbol que ofrecía su refrescante sombra, estaba el chico del que Alan se había enamorado: Ricardo, un amigo heterosexual que mantenía una fructífera relación con la chica de sus sueños.
―¿De quién huyes? ―preguntó Ricardo sin mirarlo, pues su mirada estaba bastante entretenida con las escasas nubes blancas que entorpecían el color de cielo. Alan por su parte, sólo se limitó a negar con la cabeza, sin querer hablar del tema.
Tiempo. Tiempo es lo que necesitaba para renovar sus sentimientos, o quizás minimizarlos y paulatinamente acomodarlos para que estos calzaran con un perfecto ajuste dentro de la etiqueta de la amistad.
―Es hermoso el color de cielo ―dijo repentinamente, señalando el cielo con un mano, mientras usaba la otra para recargar su cabeza―, tan perfecto, tan sutil… su color es perfectamente reconocido por todos. “Azul cielo, celeste” ―recitó con cierta alegría.
El otro arqueó una ceja, escuchando sus palabras y su monologo delirante sobre algo que pasaba desapercibido para las personas en su vida diaria, aún estando tan presente siempre.
―¿Sabias que el cielo no es en realidad de color azul? ―Ricardo sonrió―. Hay razones científicas para ello.
Alan regresó su vista al otro chico una vez más. Parpadeó lentamente, tanto, que él mismo se había dado cuenta que lo había hecho. Pensó entonces en eso unos segundos; quizás entonces las personas también tenían un color diferente al que realmente poseían. Una capa pintada de azul que en realidad, sólo aguardaba otra sorpresa. Quizás esto lo hacían para ser captados de una forma hermosa.
Tal vez Ricardo no era perfecto, quizás era un hombre imbécil que le tenía asco a los homosexuales. Podría ser que en realidad, no fuese el príncipe azul de toda chica o chico, más bien, ni siquiera fuera un sapo, sólo un humano común y corriente lleno de defectos.
Ante ese pensamiento, Alan sonrió para si mismo con satisfacción. Se estiró perezosamente y de un brinco se puso de pie, paseando su mirada de Alan hacia arriba, donde volaban unas aves.
―Lo sé, también conozco esa explicación lógica para su color ―murmuró, encogiéndose de hombros―, pero a veces, es hermoso vivir engañado por un cielo azul.
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14 de abril de 2011
Prohibido Estacionarse
Advertencias: Es de un relato homoerótico (Sí, gays) así como también un poco de locura de mi parte. Muy pronto estará registrada bajos derechos de autor, así que jodanse de copiarla. xD
Los demás, disfruten x3
“[…] De nada funcionó. En ese entonces ya era homosexual y ni siquiera sabía de la existencia de la palabra que me decía que yo era algo diferente sólo porque me gustaba alguien que era parecido a mí.”
“[…] Afortunadamente, al ingresar a los estudios superiores me di cuenta que al menos una gran parte de las personas ya entendían que quizás no era del todo malo ser homosexual, así que en su mayoría ya no me excluían y pude hacerme de buenos amigos y algunas veces, de un corazón roto que intentaba sanarse una vez más aunque quedaran unas pequeñas grietas en su forma. Yo no necesitaba enamorarme. De verdad que no.”
“[…] Es curioso que de todos los detalles de esta historia, el que más recuerde sea justamente eso. Me hubiese gustado comenzar de una manera totalmente distinta, pero creo que escogí un buen punto de partida, porque lo que sucedería después era tan simple y a la vez tan complicado que parecería que nada tiene coherencia o punto base para sujetar a todo lo demás. Pero se supone que no debo adelantarme a los hechos de mi propia vida. Quizás ese fue el comienzo de mi decepción.”
Como dije, son sólo fragmentos. Aún está en desarrollo esta historia. Pero gracias si alguien se dio una vueltita aqui para leer un poco de mi.