^0^ ¡Buenas tardes! ¿Cómo les va este inicio de Diciembre, el último mes del año? Seguramente muy ocupado, ya que todo surge en estas épocas. Jejeje, mis finales de Semestre ya están a la vuelta de la esquina, la siguiente semana. Entre el vaivén navideño, he logrado cumplir mi relato para El Club de las Escritoras, de Dulce.
A decir verdad, sólo en mi vida he escrito dos relatos referentes a estas épocas. No es que no me agrade, al contrario, disfruto mucho del mes de Diciembre, pero precisamente por los tiempos, he aquí el dilema. ¡En fin! Comprendanme si no suena tan navideño como debería. Tampoco si es muy paranormal. Escogí justamente paranormal debido a qué no me suelo desenvolver muy bien en ese género y quería desarrollarme. Agradezco a Maga principalmente, porque en la primera parte de mi relato, me ayudó un montón a corregir errores que había. ¡Gracias Maga! *3*
¡Lo hice con todas mis ganas! ^w^ Espero que sea de su agrado. Y aunque sea adelantado... ¡Feliz navidad a todos! ^w^ Espero poderme dar unas vueltitas pronto a mi Blog, porque tengo un montón de relatos pendientes que actualizar.
¡Gracias por todo a todos x3!
***
No nos conocimos en el
momento más adecuado… tal vez porque ni siquiera sabía que lo habíamos hecho.
Primavera, 2011
Cuando recordaba en qué
época del año estábamos, resonaba en mi
mente el nombre de la particular estación que más bien llegaba a considerar
inusual. Las risas abundaban, la sensación de una nueva temporada inundaba el
ambiente, pero por sobre todas las cosas, sin duda la impresión más grande que
me dejaba era aquella que algunas veces llegué a considerar una mera
superstición o quizás tradición preconcebida: el enamoramiento que trae consigo
la primavera.
Aunque también he pensado
que puede ser envidia. Siendo hombre y a mis veintidós años, estando en el
apogeo de la vida, me encontraba más solo que algún otro año. Unos culparían a
mi personalidad, otros al tiempo escaso que me deja la universidad, y algunos
más ―la mayoría en realidad―, posiblemente acusarían de ello a mi
homosexualidad. Sí, claro. Tenía que ser gay.
En realidad no es que me
moleste. La etapa donde intento reprimirme y negar lo que soy pasó hace muchos
años. Ahora sólo soy un hombre más que está sentando en una banca del parque,
deprimiéndose con sus propios pensamientos cuando ve su alrededor lleno de
parejas cursis que se besan mientras comparten el mismo helado y por lo tanto,
sus fluidos virulentos. Pero siendo sinceros, no importa la estación en que
estemos para deprimirme, porque a todas les encuentro un pretexto para ver a
los enamorados. Si es primavera, es la época del apareamiento. Si es verano,
nos tiene a todos calurosos. Si es otoño, el viento te trae el amor. Y
finalmente, para cerrar con broche de oro, si es invierno, el frío hace que
desees entrar en calor con alguien.
Si tuviera a alguien, no
tendría porque escucharme tan deprimente y desesperado, porque en el fondo, sé
que es una necesidad de afecto. Lo que siento, sólo es mi soledad hablando.
Extraño el calor ajeno.
Lo más difícil de la
primavera es encontrar a alguien. ¿Cómo se supone que le hacen las demás
personas? Porque, por más que miro a mí alrededor, lo único que yo alcanzo a
ver es a parejas y no a seres solitarios y perdidos, además claro de mí. ¿O es
que paso tanto tiempo mirando el amor de los demás, que no veo lo que está
frente a mí?
Ahora soy todo un filósofo.
La soledad me afecta.
―¡Idiota! ―El grito femenino
que escuché fue justo lo que necesitaba para salir de mis pensamientos cada vez
más caóticos. Levanté la vista del libro que leía precisamente en el momento en
que la mano de uñas pintadas de una chica, chocaba contra la mejilla de un
chico. Cerré mis ojos ante el sonido, pero instantáneamente los abrí para ver
cuál era la siguiente reacción de la escena. Él no hacía absolutamente nada,
únicamente la miraba mientras ella, claramente enfadada, se daba la media
vuelta para caminar furiosa del lado contrario. Sonreí. Sé que no estaba bien
reírme de la desgracia ajena, pero era como un consuelo para mí.
Hasta que la justicia divina
entró en acción pues el chico me volteó a ver. A mí y a mi risa animada, que
enseguida se desvaneció. Pero por encima de todas las cosas, y siendo el
momento más inadecuado para ello, lo repasé con la mirada. Era alto, de piel
morena y ojos tremendamente claros en los que podía reflejarme sin problema
alguno. Tenía una musculatura fuerte, que hacían perfecta combinación con esas
facciones duras pero atractivas. Se
acercó unos pasos, abriendo los ojos. Pude notar que quería decirme algo que al
parecer no se animaba a salir de esos labios gruesos. Finalmente lo único que
hizo fue levantar su mano para señalar
con el dedo índice la dirección en la se había ido la chica. Volteé.
Ella estaba en el suelo,
recogiendo los artículos que habían caído de su bolsa de mano. Era fácil adivinar
por su expresión que estaba maldiciendo todo, mas no comprendí nada hasta que
otro hombre desconocido se agachó y le ayudó a levantar sus cosas. Arqueé la
ceja cuando sus manos se tocaron y al verse a los ojos, ambos sonrieron
tímidamente.
―Es la primera vez que veo
el momento exacto en el que alguien se enamora… ―comenté ligeramente
sorprendido. Cuando regresé mi vista al chico moreno con el que supuestamente
hablaba, no lo encontré. Giré mi vista buscando a un atractivo tan obvio como
eso, pero no había nada más allá de lo que había visto. Sencillamente, había
desaparecido.
Ojalá le hubiera preguntado
cuando menos su nombre.
Verano, 2011
El calor es molesto. El
verano es caliente y me irrita. Bueno, ¿y qué no me irrita a mi? Con el humor que
me cargo por el sol, puede que no me aguante ni a mí mismo, pero se supone que
de alguna forma tengo que hacerlo, después de todo, no siempre voy a estar en
la playa disfrutando de las vacaciones, descansando de la universidad y lo que
me rodea.
―Alan, toma… ―murmuró
alguien, colocando una cerveza frente a mí. Mi amigo, el que me arrastró a este
fin de semana improvisado en el mar, sonrió comprendiendo la personalidad con
la que había nacido―. Deja de amargarte y disfruta, ¿quieres?
Le sonreí sinceramente,
tomando entre mis manos el botellín para deslizar el sabor de la cerveza por mi
garganta, refrescándome inmediatamente con su sabor amargo y la temperatura
helada que poseía. Nada mejor para acompañar la brisa marina que eso.
―Gracias ―musité,
colocándome unos lentes de sol oscuros, para mirar alrededor. Sí, una pobre
estrategia para ocultar mis pretensiones. Quería reírme de ello cuando escuché
la plática de los dos hombres de mi edad que estaban al lado, a los cuales, por
alguna razón desconocida para mí, había ignorado hasta ese momento.
―Oye, Alan… ―Como una
respuesta involuntaria al escuchar mi nombre de parte de mi amigo, desvié mi
rostro para encontrar a quien me llamaba. Le miré y con una expresión de
fastidio por haberme interrumpido, decidí escucharlo―. ¿Qué se supone que estás
mirando tan interesado allá?
―¿Qué? ―pregunté confundido
hasta que noté… que a mi lado, en realidad, no había nadie.
¿Ya estoy alucinando…?
Otoño, 2011
Mi vista se centró en la
hoja levemente anaranjada que caía vacilante hacía mi dirección desde la copa
de aquel único árbol que veía. Me sentía como un cuadro, o quizás en una
película antigua, en ese tipo de escenas, donde un hombre miraba el otoño pasar
con las manos escondidas en los bolsillos de su gabán y el viento moviendo la
bufanda que hacía juego con todo.
Solamente cuando la hoja
tocó el asfalto, me di cuenta de lo callado que había estado las últimas
temporadas. Pronto llegaríamos al fin del año y yo seguía lamentándome de mi
soledad. Sonreí con resignación. ¿Qué me costaba aceptar el momento que estaba
viviendo? Quizás no sería ahora, pero pronto, en algún momento, en el más
adecuado y sin que yo me dé cuenta, alguien entrará y me dirá: “¡Oye! Me
dejaste esperando demasiado tiempo”
…soñar no cuesta nada.
―¿Qué es precisamente lo que
te tiene tan entretenido? ―preguntó una voz ajena y desconocida a la que
irónicamente, sentí cálida y reconfortante.
Siendo incapaz de voltear sólo mi rostro, todo mi cuerpo giró para
encontrar a un chico sentado en la barandilla que separaba la calle del césped.
Su apariencia era jovial, su cabello castaño claro y las gafas de grueso
armazón escondían unos ojos verdes brillantes y llenos de vitalidad.
―¡Oye! ¿Quién eres?
―pregunté, elevando la voz para llamar su atención. Él se detuvo, y ladeó el
rostro confundido, mas luego me observó y con una brillante sonrisa exclamó su
oración:
―Tu alma gemela.
Y así fue cómo desapareció
entre la gente de aquel día.
Invierno, 2011
Lo más común que suelo
escuchar en esta época respecto a los sentimientos depresivos, es que mucha gente
se suicida en Navidad. Creo que empiezo a comprender el por qué de estos
comentarios que quizás podrían parecer tontos. Por eso es que justamente ahora
me encuentro caminando bajo la nieve, que según el pronóstico del tiempo, irá
en aumento conforme valla avanzando la oscuridad.
Sé que pasear en una noche
del 24 de diciembre no siempre es lo más agradable y menos cuando lo haces
solo, pero mis vecinos estaban escuchando no sé qué canción navideña, riendo
tan fuerte que traspasaba mis paredes, colándose hasta mis oídos. Lo divertido
es que, como pocas noches, realmente puedes pasear con una tranquilidad casi
inexplicable.
Además el paisaje blanco
recompensa todo, incluidos mis zapatos mojados y mis pies congelados. Sí, no es
tan malo como se escucha en realidad. Puede que incluso, aunque enferme de
gripa, algún buen recuerdo traiga consigo esta noche, ¿verdad? Después de todo,
es un día de milagros.
―¡Maldición! ―gritó alguien,
masculina voz que llamó mi atención, precisamente porque no esperaba que rogando
por mi milagro, sonaran esa clase de palabras. Busqué dentro de mi rango de
visión al dueño de la voz, sin encontrar a nadie. Yo y la nieve en forma de
pelusa que seguía cayendo.
―¡¿Es qué no me puedo
deshacer de ti en ningún momento del año?! ―se quejó nuevamente aquella voz
desesperada. Esta vez centré más mi atención, deteniendo mi paso y enfocándome
en un solo punto. Fue entonces cuando logré divisarlo después de unos minutos:
había un chico arrodillado, golpeando la nieve.
¿Qué tenía de particular esta
escena? No mucho en realidad, sino fuera porque el hombre que estaba viendo era
albino… no, ése no es el término correcto. He visto mucha gente albina en mi
vida, todas ellas rubias hasta sí, tocar lo más pálido en cuestión de pieles
humanas pero él… él era… blanco. Completamente blanco, tanto como la nieve que
caía a nuestro alrededor.
Por esa razón me fue tan
difícil encontrarlo. Vestía ropa, igualmente del mismo color que él. Su
cabellera corta era de similar manera. Fácilmente le era camuflarse entre el
paisaje, como aquellos pequeños animales que saben adaptarse perfectamente a su
entorno, con la excepción de que él hacia demasiado escándalo como para estarse
ocultando.
Casi como si lo hubiera
hecho aposta. Deseaba ser encontrado.
―¿Estás bien? ―pregunté lo
estándar mientras caminaba hacía él, provocando que por esto detuviera su
escena infantil de la nieve. Levantó el
rostro y aún agachado en el suelo, su mirada se clavó como dos dagas en mis
ojos, revelando sus pupilas de color gris. Resopló.
―¿Parece que estoy bien?
―comentó con un dejo de sarcasmo.
Arqueé la ceja y negué. Me
agaché para verlo directamente. Jamás en mi vida había visto a alguien igual,
por lo que me daba curiosidad mirarlo, aún si el otro se sintiera como un
experimento analizado cuidadosamente. Para sorpresa mía, y a pesar de su
contestación inicial, él no pareció incomodarle nada lo que estaba sucediendo.
Podría decir que al contrario de lo que se supusiera, me miraba con fastidio, de
similar manera a alguien que estaba aburrido de representar la misma escena
noche tan noche.
―¿Por qué eres blanco?
―pregunté sin pudor. Me sonrió y cerró lo ojos, para luego finalmente tomar
entre sus manos nieve, la cual terminó en mi rostro, entumiéndolo de lo frío
que estaba. Me quedé paralizado ante ese acto.
―¿Qué quieres? ¿Qué sea
verde acaso? ―reclamó, alejando su mano de mi cara. Cuando la nieve derretida
resbaló por mi piel, estaba parpadeando, desconcertado por lo que ocurría.
―¿Quién eres? ―Quise saber.
Esta vez, él pareció irritado.
―Ya te lo había dicho…
―musitó de manera apenas entendible.
―¿Nos conocemos? ―No pude
dejar de preguntar diciendo la más simple y pura verdad. Si en algún momento
nos hubiéramos encontrado, estoy seguro que jamás podría haber olvidado a una
persona tan blanca como lo era él.
―Humanos ―murmuró―,
recuerdan las cosas por su envoltura.
Confundido, más que al
inicio, bajé mi visión a la nieve que me estaba enfriando ahora todo el cuerpo.
¿Había escuchado bien? ¿Acaso él no era humano? Aunque pensándolo con
detenimiento, no debería ser demasiado sorprendente en realidad… porque él era, bueno, blanco.
―¿Eres un ángel?
Me miró completamente
enojado, frunciendo el ceño, dispuesto a atacarme con la nieve. Pero al final
pareció molesto más consigo mismo, mordiéndose el labio superior.
―Mira… ¿nos podemos saltar
todo el interrogatorio? No soy un ángel, no me llamo como ninguno de los
arcángeles. ¿Crees que alguno de ellos estaría maldiciendo en la nieve? No,
claro que no. Tampoco soy un demonio. ¿Me ves con cara de que tengo ganas de
hacer maldades? ―En ese punto, yo lo dudé, pero al parecer pasó por alto las
gesticulaciones de mi rostro. ―Y no salgas con que soy un vampiro por mi piel
nívea, tampoco un hombre lobo ni nada de eso. ¿Bien?
No sabía bien qué hacer.
Escuché claramente su oración y por un segundo consideré seriamente la
posibilidad de que caminando, me hubiera golpeado con algo y ahora estaba
soñando. Unas cuantas palabras eran suficientes para poner en duda mi cordura.
¿Existía todo eso en el mundo? Sé que
los humanos pecamos de antropocentrismo, pero, ¿en serio? Y sí era así, ¿por qué es que nunca se había
visto entonces?
Mi cuerpo se dejó caer,
quedándome entonces sentado en la nieve. Era mucho lío comprender algo así tan
repentinamente. Deseé mirar los ojos del otro y darme cuenta de que sólo estaba
burlándose de mí, pero al animarme a darle un vistazo rápido a su expresión,
supe que no estaba bromeando. Tampoco era necesario que lo hubiese comprobado
dos veces: ese algo en el tono de su
voz también me dejó en claro que sus palabras las decía con toda la seriedad
que existía dentro de ese blanco cuerpo.
―Qué… ―declaré sin llegar a
completar la expresión altisonante. Ahora él estaba hundiendo su dedo en la
nieve, delineando un dibujo que no lograba entender. Después de más de diez
minutos de silencio mutuo y habiéndome acostumbrado al frío, abrí la boca e introduje
una gran cantidad de aire a mis pulmones que congeló todo mi interior,
esperando que con ello, mi cerebro volviera a mandar las señales correctas,
para hacer funcionar una vez más a mi cuerpo.
―¿Ya estás bien? ―preguntó
el albino, sacudiendo las manos en su pantalón al momento de levantarse.
Inclinó hacia la derecha su rostro, ofreciéndome la mano izquierda para poder
estar a su nivel. Vacilé unos segundos, pero como todo lo que me había estado
sucediendo esta noche, acabé aceptándolo.
Se cruzó de brazos y miró el
cielo, posiblemente para meditar su respuesta. Seguramente, satisfecho cuando
encontró una posibilidad de contarme qué estaba pasando, sonrió familiarmente
para mí.
―Procura no desmayarte ―advirtió
en todo cordial. Yo retrocedí un paso y aunque puede que fuera sólo por
justificarme, me repetía que lo estaba ocurriendo no era normal. Se abrazó a sí
mismo, ocultando sus ojos detrás de los parpados que comenzaban a cerrarse.
Tragué saliva sin poder imaginarme qué estaba por hacer―. Nos hemos visto
muchas veces, es sólo que tú no te has dado cuenta aún.
Al terminar su oración, un resplandor
cubrió su cuerpo. Aunque deseaba con desespero observarlo todo, levanté mi mano
para cubrir la luz que lastimaba totalmente mis ojos ahora entrecerrados. Este
acto de por sí ya era suficiente para hacerme creer, pero…
En el momento más brillante
del resplandor, sentí una mano fuerte y callosa sujetando mi muñeca y bajando
mi brazo para que pudiera contemplarlo. Aunque la luz que había la percibía aún
más intensa que al inicio, descubrí que podía mirar a mí alrededor sin ningún
tipo de problema. Entonces, superando ya las expectativas que había olvidado
tener, el albino había desaparecido de mi vista, teniendo ahora al chico de
piel morena y mirada atrayente que conocí en la primavera de este año. Titubeé
sin decir nada en realidad, siendo incapaz de articular una palabra.
No negaba que en algún
segundo de nuestro breve encuentro me sentí atraído hacía él, pero imaginaba
que era más por lo físico que por cualquier otra razón.
―¿Entiendes ahora? ―replicó.
Pero yo estaba esforzándome todo lo posible por comprender. Emitió un suspiro,
advirtiéndome que no cerrara los ojos. Así lo hice y analicé cuidadosamente sus
movimientos. Agachó su rostro y su cabellera de tono oscuro mágicamente iba
llenándose de un color rubio a la par que crecía. Su complexión se volvió más
atlética y su piel se mostró clara. Levantó su cara para sonreírme alegremente.
―Eres… el rubio del verano.
―Asintió. Volvió a dejar caer su cuerpo, tomándose su tiempo para hacer una
nueva transformación, debía ser la más importante, o al menos eso intenté
suponer por la meticulosidad con la que observé su acto de cambiar. Su mano
adelgazó y su palma que me tocaba la sentí más suave. Y en un rápido
movimiento, sentí un jalón que me llevó a acercarme a él mientras sus brazos
rodeaban mi cuello. Era unos centímetros más pequeño que yo, por lo que
descubrí su nueva apariencia cuando levantó su cabeza caucásica, mostrando unos
lentes y ojos verdes.
―¿Me recuerdas ahora…?
Instintivamente, rodeé su
cintura con mis brazos. Recordaba al chico del otoño que sonriendo, me había
dicho que en realidad mi vida no estaba tan sola como quería pintarla. Que
existía mi alma gemela. Cuando uno es homosexual, algunas personas tienden a
pensar que sólo se busca sexo en lugar de una relación de pareja donde halla
amor. Nunca he logrado llegar a entender por qué se cree eso.
Lo observaba y él me
respondía con una sonrisa tenue, inclinándose para besar mi mejilla. Sé muy
bien que quizás debería haberme muerto de un susto hace muchos minutos, pero…
me he aferrado tanto a esto, como no sabía que podía hacerlo. En un parpadeo
breve que me robó escasas milésimas de segundos de luz, me di cuenta de que el
chico castaño se había ido y ahora, entre mis brazos, el albino inicial había
regresado, con su expresión solmene.
―Entonces… tú eras… ―Sé que
era obvio, pero tenía que decirle. Con calma, asintió por enésima vez. Todo
este tiempo, todo un largo año quejándome de vida una y otra vez, cuando en realidad
lo único que no había hecho, era mirar con atención―. Pero, ¿qué eres?
Su pálida mejilla se recargó
en mi hombro, claramente notando la fuerza que aplicaba sobre mi cuerpo al
tenerme junto a él. Le escuché murmurar.
―De todos los seres que
existen en el mundo, y sin importar la naturaleza de estos, todos tenemos a
nuestra alma gemela. Sólo que algunos nos damos cuenta de ello antes que otros
―Se rió sutilmente―, en mi caso, yo soy el “hijo
adoptivo” de las estaciones.
―¿El hijo adoptivo? ―Se
acurrucó más en mi cuerpo.
―A finales del invierno e
inicios de la primavera, mi padre Invierno me encontró abandonado con tan sólo
dos años, en el último rincón que a madre Vera le faltaba llenar con flores. Él
me acogió en sus brazos y decidió cuidar de mí. Mis padrinos son Verano y
Otoño. Y aunque quiero a todos, estoy muy agradecido con mi padre.
―Eres un niño mimado…
―Bromeé con una risa levemente burlona, pero él no pareció ofendido por ello de
ningún modo.
―Lo soy ―admitió―. Los cuatro
me dejan andar libremente en sus estaciones con cuerpos diferentes como has
visto. Claro que también tengo obligaciones, como la de guiar a personas a
elegir un camino para enamorarse.
Curiosamente, empezaba a
entrelazar todo, encontrando y dándole razón a esto.
―Te conocí hoy, hace un año,
en noche buena ―continuó su
explicación―. Estaba paseando con mi padre cuando te descubrí sentando en la
banca de este mismo parque. No nos viste, probablemente porque estabas
demasiado sumergido en tus pensamientos aquel día. Mi padre trataba de animarme
a que me acercara, pero… no lo hice.
Recordé aquella noche. Dos
meses antes, mis padres habían salido de viaje, mi hermano estaba estudiando
también la universidad en otro país y mi última pareja había decidido cambiar
de destino. Probablemente, ahí fueron los comienzos de mi análisis de soledad,
sin darme cuenta de que por ello, también mi alma sanaría un poco. Quizás, como
todo lo que había hecho en el último año, estaba exagerando y creando tormentas
en vasos de agua. Pero sí eso sirvió para que encontrarnos, estaba bien y
agradecía a mi locura temporal por ello.
―Entonces… todo este año en
el que nos hemos encontrado una y otra vez, tú…
―Madre Vera, en los inicios
de su estación, me dijo que el amor florecía con el tiempo.
El
amor nace en invierno, florece en primavera, se llena de fuego en verano,
madura en otoño y se arraiga con fuerza en invierno, y siendo un ciclo
infinito, reverdece una vez más a principio de las estaciones, cuando la nieve
se vuelve se vuelve agua para alimentar los frescos campos. De la misma manera
en la que la navidad perdona y limpia el alma de nuestro corazón.
Las
humanos suelen tener la común creencia de que el invierno trae consigo la
navidad y con ello, el fin del ciclo. El tiempo para perdonar el pasado y re
continuar el próximo año, creciendo en una nueva oportunidad como el verde de
los árboles.
―Yo creo que padre Invierno
representa el nacimiento. Navidad. Amor, nuevas experiencias, porque es partir
de entonces cuando decides tomar un nuevo camino. Cuando las metas surgen.
Cuando decides amar a alguien.
―Entonces… ―murmuré, tocando
su barbilla para levantarle el rostro y besar sus labios de nieve―, ¿no te
gustaría ser mi inicio… mi navidad?
Él me sonrió lentamente,
acariciando mi boca.
―Sólo si no te importa,
tener a alguien que cambia con las estaciones.
La nieve caía con más fuerza
que al inició. Yo no lo conocía realmente, sólo sabía que una parte de nuestras
almas estaban conectadas y eso me bastaba.
―Nunca podría dejar de
asombrarme… ―comenté.
―Feliz Navidad…
El veinticinco de diciembre
de aquel año, mi vida cambio. Muchos creerán que es por el nuevo mundo que se
descubrió ante mis ojos. La verdad es que no es así. En la madrugada de la navidad, cuando los niños pequeños duermen, anhelantes
de despertar por sus regalos, descubrí que el mío había llegado un año antes. Y
que durante mucho tiempo lo había disfrutado. Era hora de darle a mi regalo,
algo mejor: un mutuo amor.
―Feliz Navidad.
Para que nunca dejemos de
nacer.
***
Hola guapa!, ahora mismo no tengo tiempo d leerme tu relato x que aquí en España son más de las doce de la madrugada y mañana madrugo y las persianas ya se me cierran solas y todo, jajaja.
ResponderEliminarPero cuando pueda, prometo leerlo y darte mi opinión. Por cierto, gracias por participar en la Antología!.
Y mi Maga querida, siempre regalando un pokito d su magía a los demás... k bella mujer, al igual que tú!.
P.D.: Gracias por el apoyo que me has brindado con lo del concurso que estoy participando. Normalmente (como sabrás), no suelo crear entradas así de personales, pero es que estaba tan indignada que no pude resistirme, jajaja.
Y bueno, espero k sí t lees el relato, que este t guste... ya me dirás.
Saludos guapa y hasta otra!, muak!!!