¡Buenas noches! nwn Este día vengo presentando mi relato para el juego de Primavera, organizado por Paty C. Marín en su blog Cuentos íntimos. Creo que soy de las últimas, como siempre XD!
El reto era escribir un relato erótico en base a dos imágenes y el inicio que propuso Paty. (está escrito en cursivas, para que no se pierda el genial inicio de la autora *-*!)
¿Y? Eh... ewe... ¡Eran dos páginas al inicio! Ni idea de donde salieron las demás.... jojojo.
Espero que les guste y gracias a Paty por haberlo organizado!! :3
Ahora! antes de que algo más pase:
Este relato contiene escenas que pueden llegar a ser ofensivas para algunos lectores. Si eres menor de 18 años o no eres apto para este tipo de lecturas, pido dejar esta entrada. Gracias. nwn
¡Disfruten y muchas gracias por leer!
“…porque la experiencia del placer erótico es única.”
―Eusebio
Rubio.
Celosa pasión
*
Como
cada jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la línea de
metro número 3, cuya duración era de veinticinco minutos y que siempre pasaba
por la estación a las nueve y diecisiete. Eso le daba tiempo a comprarse algo
de comer en la tienda de la esquina, normalmente un croissant, que mordisqueaba
con calma mientras paseaba hacia el andén. Aquella noche llevaba un libro bajo
el brazo, una nueva lectura que empezaría en cuanto se diese una ducha, se
pusiera el pijama y se metiera en la cama. Pensando en si estaría demasiado
cansada para leer diez páginas o un capítulo entero, subió al metro, que
siempre estaba lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde sentarse; casi nunca
había un asiento libre, pero no perdía nada por comprobarlo.
De
pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se encontraron
y bajó la vista al suelo. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro
de las nueve y diecisiete de la línea número 3, esperando a bajar dos
estaciones antes de que ella, entre el enorme tumulto de las personas que
abordaban y después dejaban el metro sin mirar atrás. Ámber apretó sus labios
percibiendo de inmediato el amargo sabor de su labial rosa pálido, jurándose a
sí misma que era una casualidad que ella y él se encontraran a esa hora, en ese
lugar. Que ella no había calculado e ignorado esas operaciones de cuántos
minutos llevaba caminado lento para hacer más tiempo y llegar a la hora
indicada, en el metro adecuado.
Cuando
se sintió demasiado tensa, relajó su boca y soltó un suspiro, procurando que
fuera bajo con la idea ridícula de que él podría escucharla a pesar de la
distancia. Ámber se animó a levantar la vista y observar de soslayo si él
seguía en la misma posición; sin embargo, la figura imponente de aquel hombre
había desaparecido de su rango de visión. Con la ansiedad creciendo y
aumentando sus ritmos cardiacos, levantó por completo su rostro, mirando hacía
todos lados, buscándolo. Se preguntaba si acaso se había bajado antes para
hacer su recorrido más corto, seguramente con el propósito torturarla y ahogar
de esa manera su corazón, estrujándolo con crueldad.
Entonces
lo sintió. Ellos nunca habían estado cerca, principalmente porque moverse en
uno de esos vagones llenos era imposible a menos de que tu objetivo fuera salir
de éste, y a pesar de ello, no tardó demasiado en darse cuenta de que el brazo
que se elevaba por encima de la suyo, con la firme decisión de sostenerse en
una de las barras de metal que atravesaba todo el vagón por la parte alta, era
el de él. No hizo falta ni siquiera que Ámber volteara a verlo: conocía de
antemano el escalofrío que recorría y erizaba los vellos de su nuca cuando se
miraban, sensación que ahora iba en aumento por sentir que descuidadamente sus
cuerpos se rozaban a causa del movimiento del vagón.
Sus
mejillas se acaloraron de inmediato, tornándose de un sutil color rojo que
adornaba tentadoramente su rostro. Creyó que la temperatura del lugar aumentaba
a cada segundo, agitándola por dentro, haciéndola anhelar deshacerse del
sweater de colores ácidos que cubría su piel estremecida. Ámber intentó
controlarse por medio de razonamientos, aquello era ridículo y hasta vergonzoso
para una dama como ella, tanto o más como aquella noche en donde exploró su
cuerpo, pensando que aquel hombre la recorría, adorando su ser, mostrándole su
musculado cuerpo que podía apreciarse aun debajo de la capa de ropa, escogida
cuidadosamente para hacer resaltar cada parte de él.
Se
removió incómoda en su lugar, sobre todo porque de pie podía sentir claramente
como se humedecía. Cerró los ojos entreabriendo discretamente los labios, para
dejar salir una respiración que comenzaba a volverse irregular, luego de
recordar las múltiples fantasías fugaces en las que se había sumergido y
apasionado con ese hombre que probablemente ni siquiera se habría dado cuenta
del efecto que causaba en Ámber. Relamió sus labios resecos, deseando
refrescarse con agua helada que recorriera y apagara momentáneamente todo su
sistema para luego reiniciarlo.
―¿Se
encuentra bien?
Ámber,
sobresaltada, abrió rápidamente los ojos temblando, aunque no supo definir si
aquello era de sorpresa o quizá excitación. Su rostro giró y sus pupilas se
contrajeron cuando al mirar, descubrió que aquel hombre, aquel atractivo hombre
de facciones sensuales y marcadas, resaltadas por unas cejas pobladas y con
corte de cabello perfecto, se estaba dirigiendo a ella con un brillo abrumador
haciendo resaltar sus oscuros y profundos ojos.
―E-estoy…
bien… ―tartamudeó,
apagando su voz a medida que hablaba, pero sin dejar de verlo. A su lado, él
también parecía extraño, casi como si estar tan cerca uno del otro fuera
natural. Le pareció escuchar al fondo la voz de una fémina que anunciaba la
llegada a la estación donde él bajaba, pero él no tuvo intenciones de moverse.
En ese instante, Ámber supo que tendría al dueño de sus húmedas fantasías
acompañándola hasta el final del recorrido.
―También
yo me encuentro bien. ―Al
inicio, Ámber pensó que él le reclamaba su falta de educación por no devolverle
su pregunta, mas algo en el tono ronco de su voz le indicó que no era eso a lo
que él se refería. Sin poder controlar sus impulsos, bajó instintivamente la
mirada hacía la parte inferior del cuerpo del otro; ahí, con una posición
exacta de pie para ocultarse cuidosamente, se encontraba un bulto apenas
visible cerca de la hebilla de su pantalón. La visión del hombre excitado
terminó de ruborizarla más, intentando apartar la vista de algo que no podía,
ni quiera dejar de mirar. Se forzó a apartar la desvergonzada mirada, para
volver a centrarse en sus zapatillas, apretando el libro que había olvidado que
traía en la mano desde que lo vio a él. Estaban a sólo cinco minutos de la
última estación, lo que significaba para Ámber que aquel excitante encuentro
terminaría pronto, pero estaba segura de algo: esta noche definitivamente no
leería el libro recién comprado.
―¿Co-cómo
te llamas? ―aventuró
ella, sabiendo que le preguntaba recién porque podría huir luego de saber
aquello que tanto le intrigaba. Escuchó su voz suave, pero hasta cierto punto
más coqueta de lo que había planeado.
―Damien…
―respondió sin dudar, mirándola
fijo.
Apenas
la velocidad del metro empezó a descender, señal de que había llegado a su
punto final, cuando Ámber comenzó a andar, tratando de perderse entre tantas
personas. Ella no era el tipo de mujer que se dejaba guiar por sus impulsos,
pero sabía que había una voz extrovertida que no reconocía como propia, que le
susurraba al oído cada noche, animándola a dirigirse a Damien para entablar una
conversación más íntima que sólo miradas. Era la misma que ahora le gritaba
bajar la velocidad de sus pisadas, usando como pretexto sus zapatillas de altos
tacones que le daban una forma sensual a sus esbeltas y atléticas piernas. Pese
a eso, ella no se detuvo, optó por andar a paso firme, saliendo así de la
estación.
La
fresca noche le devolvió un poco de su cordura antes opacada por el calor.
Sentir el golpe de frío en su piel le hizo jadear por creer que aquella
excitante humedad menguaría. No deseó detenerse demasiado tiempo, no por
seguridad sino por temor de que él pudiera divisarla y quizás hasta alcanzarla,
aunque en el fondo deseara eso. No es que creyera que estaba viviendo la
versión erótica de Cenicienta siendo buscada por el príncipe, sino que él
sencillamente revivía la abrumadora sensación de ser tomada y dominada por un
hombre.
―Cielos…
―gimió tocándose el cuello,
cubierto por una suave y diminuta capa de vellos semitransparentes, así como
también un sudor delicioso. Su piel inmediatamente reaccionó ante la caricia en
la zona erógena, como un shock instantáneo de placer. Caminó más lento, sin saber que había entrado en una zona
solitaria, aunque sus dedos apretaban y masajeaban más su cuello, después de
una noche de tensión sexual.
―Se
sentiría mejor si yo te tocara… ―Se
detuvo sin más, temblando. No había tenido mucho tiempo para hablar con él,
pero sí el suficiente para grabar ese tono de voz y así reproducirla en su
mente una y otra vez. Alejó avergonzada su brazo del cuello, tensando el puño
de su mano alrededor del libro, sin animarse a voltear y dispuesta a escapar
una vez más, aunque no hizo falta realmente porque Ámber no se movió, por mucho
que planeara hacerlo. Su mirada bajó hacía el brazo que repentinamente rodeó su
cintura, sin siquiera desear oponerse. Los pasos anteriormente ignorados, se
escucharon con tanta claridad que Ámber creyó que estos se movían a ritmo de su
acelerado corazón; sabía que él estaba rompiendo la distancia que ahora no recordaba
porque había creado desde un inicio. Le escuchó hablar nuevamente―: Yo también quiero saber tu
nombre.
Al
terminar de deslizar su voz, Damien se acercó, afianzando el agarre en la
cintura ajena, sonriendo cuando el cuerpo de ella brincó en el momento exacto
en el que él acarició sus nalgas con su miembro erecto y apresado bajo la tela
del pantalón. El movimiento sólo logró que ella sintiera mejor la dureza y el
tamaño del falo, acompañado de la dolorosa sensación de la hebilla que se
rozaba contra sus jeans oscuros.
―Ám…
ber… ―logró
articular, aunque no evitó que un sonido de placer escapara de sus labios. No
logró ver la sonrisa ladina que se formó en los labios de Damien cuando ladeó
el rostro para acercarse a su lóbulo, mordiéndolo.
―Qué
hermosa eres… Sé que es imprudente e impropio decirte esto, pero deseo
hacértelo.
A
lo largo de su vida, Ámber, como cualquier mujer, había recibido propuestas
vulgares de sexo en momentos que la habían dejado deseando no haber salido de
casa. Sin embargo Damien la había abordado de manera diferente, no como un
hombre ansioso de llevarse a la cama a cualquier mujer que quisiera abrirle las
piernas, sino que se había propuesto seducirla eróticamente.
Ella
tragó saliva, y su cuerpo se relajó. Era ridículo hasta para ella escapar del
hombre que deseó tenerlo desde que lo miró. Sabía que necesitaba hacerlo, más
allá de la imaginación. Finalmente volteó a verlo, y sonrió.
―Y
yo deseo que lo hagas.
*
El
cómo llegaron ambos a ese lugar carecía de real importancia dado que era
ilógico pensar en lo obvio de la situación. Ámber en esos instantes sólo podía
prestarle atención a las manos que
recorrían su cuerpo, despojándola del sweater para dejar a la vista sus senos
cubiertos de una incitante lencería negra. A pesar de que aún estaban en el
ascensor que los llevaría a la habitación privada, ella no sentía pudor en
desabotonar la camisa blanca, recorriendo su espalda ancha para deslizar la
ropa, como Damien no lo tenía en acoger ambos senos en las palmas de sus manos,
devorándola a besos.
Curveó
su espalda, agitada cuando él tocó sus piernas, recorriendo su ropa interior
mojada. Para cuando las puertas del ascensor se abrieron, ella había tomado a
Damien por el rostro para besar y hundir su lengua en esa boca que no tardó
demasiado en conocer. El hombre no la soltó, al contrario, la sujetó aún más
por las nalgas para caminar por el pasillo aun con sus labios intentando
consumirse el uno contra el otro. Gritó sensual y deliberadamente cuando Damien
la azotó contra la puerta, en un intento de abrirla. No tardó demasiado en esta
acción y pronto se vio recostada sobre una suave cama de sábanas de seda color
rojo, incitándole a una noche de erótico sexo.
Emitió
un profundo suspiro de placer cuando observó a Damien despojarse de su pantalón
y bóxer, mostrando su erguido falo, tomándolo con una mano, recorriendo su
palpitante y mojada forma. Ámber no
estaba consciente de lo bella y excitante que se veía recostada, dejando su
cabello largo caer por la cama, con su sostén abierto por la parte de enfrente
sin quitárselo, pero dejando expuestos sus pechos, sin ropa interior pero
vestida con las pantaletas unidas por el ligero, así como también calzando sus
zapatillas.
Damien
acercó su mano al leve vello púbico que apenas cubría la zona íntima de Ámber, recorriéndola
lentamente hasta que sus dedos encontraron lo húmeda y anhelante que ella
estaba. La respiración de ambos se intensificó cuando él hundió un dedo, permitiéndose
explorar aquella pegajosa entrada, deteniéndose en el clítoris para masajearlo.
Ámber se movía agitada en la cama, gimiendo y tocándose los senos y los pezones
sólo para deleitar la visión de su amante nocturno.
Sabía
que nada importaría después de eso.
Sintió
pánico cuando Damien se alejó para penetrarla. Echó su cabeza hacía atrás,
agradeciendo a la almohada que la sostenía mientras enterraba sus uñas largas
en el colchón. Su vagina se abría para el falo que insistía en alojarse dentro
de ella, con calma pero firme. Quiso gemir pero pronto fue acallada por la boca
de Damien, besándola apasionadamente, ahogando también sus propios jadeos
reflejados sólo en la forma en cómo la sujetaba de las caderas para que ella no
escapara; sin embargo, Ámber sólo movía sus caderas, atrayendo así al miembro a
lo más profundo de ella.
No
recordaba nada más que el placer que la hacía desvanecerse entre los brazos de
Damien cuando él encontraba la forma de llegar a lo más hondo, haciendo vibrar
la cama y su cuerpo, dejando que Ámber gritara y enterrara las uñas en su
espalda, dejando un camino con unas pequeñas gotas de sangre. La deliciosa
forma en la que besaba sus pezones y colocaba una marca en uno de sus senos le
excitó aun más, siéndole imposible apartar entonces su mirada de los profundos ojos
de Damien, sabiendo que al final de esa noche, se habría perdido completamente
en ellos.
Sólo
cuando ella llegó al orgasmo más placentero que había experimentado en su vida,
seguido del caliente semen de Damien llenado su interior, Ámber sintió el
imperioso deseo de no soltar a ese hombre, a ese desconocido de ninguna forma.
El ritmo de ambas respiraciones que parecían ir al compás de una sobre la otra,
sus cuerpos tibios y mojados, el embriagante aroma del sexo y también el penétrate
aroma de Damien que la hacía enloquecer, era una forma de creer que aquello,
quizás aquel encuentro fortuito, abría una nueva posibilidad a su vida.
Damien
la abrazo suavemente y la besó con ternura, mirándola después para dedicarle
una sonrisa de satisfacción que Ámber no tardó en mostrar también.
―La…
la realidad supera a la ficción, Ámber ―susurró―. Ha sido mejor que en mis fantasías.
Y
quizás, él también…
*
Observó
con atención el reloj que lucia en su delicada mano izquierda. La nueve y
diecisiete, puntual, como siempre. Aquella noche no se había detenido a comprar
un croissant cual era su costumbre, sino que su atención había quedado centrada
en una librería cuando se dio cuenta de que había perdido el libro que días
antes había comprado para iniciar una nueva lectura. Imaginó que sería mejor
comprarse otro, pero le daba pena haberlo perdido, la contraportada parecía gritarle que realmente hubiera disfrutado leer aquel libro.
Ingresó
al vagón con un sabor amargo en sus labios, extrañado el dulce sabor del croissant
nocturno. Acomodó la bolsa gris que había comenzado a resbalar de su hombro,
cuando notó que el mismo libro que ella había perdido, pasaba a su lado en las
manos de alguien más. Levantó la mirada curiosa y no pudo evitar sonrojarse
cuando unos metros más allá, encontró la atractiva figura de Damien, recargado
sobre la pared del vagón, leyendo las letras de su libro. El hombre levantó la
vista al sentirse observado y miró de soslayo a Ámber, sonriéndole divertido.
Él agitó levemente el libro y le guiñó el ojo, moviendo sus labios, sin emitir
sonido.
Ámber
ladeó el rostro, dejando que su cabello acariciara su mejilla, leyendo el mensaje
que Damien le mandaba suavemente.
“…continuemos nuestra historia.”
*
"El erotismo, ese triunfo
del sueño sobre la naturaleza, es el refugio del espíritu de la poesía, porque
niega lo imposible. "
―Emmanuelle Arsan
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