Tocando el arcoíris
...azul...
Levantó su mano hacia el cielo, deseando tocarlo. Desde la colina en donde estaba recostado, éste se podía apreciar con tal claridad que parecía que estaba al alcance de sus manos. Obviamente, no era así. Nunca lo fue y nunca lo sería. Una lágrima traicionera escapó de sus ojos claros, mientras sus labios se curveaban en una sonrisa amarga; esa persona era tan inalcanzable como el extenso cielo.
«Si tan solo no te alejaras tan rápido» pensó, suplicante. «Si pudieras detener tus pasos para voltear y esperarme»
Tampoco eso ocurriría, pero…
Sus pensamientos fueron cortados cuando unos pasos lo alertaron. Bajó su mano y se limpió el ojo sin mucho cuidado, sonriendo. Sabía de quién se trataba, pues le había mostrando su escondite exclusivamente para que él lo hallara cuando se escondía a propósito con el deseo de ser encontrado. Giró su rostro y recargado en el tronco del árbol que ofrecía su refrescante sombra, estaba el chico del que Alan se había enamorado: Ricardo, un amigo heterosexual que mantenía una fructífera relación con la chica de sus sueños.
―¿De quién huyes? ―preguntó Ricardo sin mirarlo, pues su mirada estaba bastante entretenida con las escasas nubes blancas que entorpecían el color de cielo. Alan por su parte, sólo se limitó a negar con la cabeza, sin querer hablar del tema.
Tiempo. Tiempo es lo que necesitaba para renovar sus sentimientos, o quizás minimizarlos y paulatinamente acomodarlos para que estos calzaran con un perfecto ajuste dentro de la etiqueta de la amistad.
―Es hermoso el color de cielo ―dijo repentinamente, señalando el cielo con un mano, mientras usaba la otra para recargar su cabeza―, tan perfecto, tan sutil… su color es perfectamente reconocido por todos. “Azul cielo, celeste” ―recitó con cierta alegría.
El otro arqueó una ceja, escuchando sus palabras y su monologo delirante sobre algo que pasaba desapercibido para las personas en su vida diaria, aún estando tan presente siempre.
―¿Sabias que el cielo no es en realidad de color azul? ―Ricardo sonrió―. Hay razones científicas para ello.
Alan regresó su vista al otro chico una vez más. Parpadeó lentamente, tanto, que él mismo se había dado cuenta que lo había hecho. Pensó entonces en eso unos segundos; quizás entonces las personas también tenían un color diferente al que realmente poseían. Una capa pintada de azul que en realidad, sólo aguardaba otra sorpresa. Quizás esto lo hacían para ser captados de una forma hermosa.
Tal vez Ricardo no era perfecto, quizás era un hombre imbécil que le tenía asco a los homosexuales. Podría ser que en realidad, no fuese el príncipe azul de toda chica o chico, más bien, ni siquiera fuera un sapo, sólo un humano común y corriente lleno de defectos.
Ante ese pensamiento, Alan sonrió para si mismo con satisfacción. Se estiró perezosamente y de un brinco se puso de pie, paseando su mirada de Alan hacia arriba, donde volaban unas aves.
―Lo sé, también conozco esa explicación lógica para su color ―murmuró, encogiéndose de hombros―, pero a veces, es hermoso vivir engañado por un cielo azul.
«Si tan solo no te alejaras tan rápido» pensó, suplicante. «Si pudieras detener tus pasos para voltear y esperarme»
Tampoco eso ocurriría, pero…
Sus pensamientos fueron cortados cuando unos pasos lo alertaron. Bajó su mano y se limpió el ojo sin mucho cuidado, sonriendo. Sabía de quién se trataba, pues le había mostrando su escondite exclusivamente para que él lo hallara cuando se escondía a propósito con el deseo de ser encontrado. Giró su rostro y recargado en el tronco del árbol que ofrecía su refrescante sombra, estaba el chico del que Alan se había enamorado: Ricardo, un amigo heterosexual que mantenía una fructífera relación con la chica de sus sueños.
―¿De quién huyes? ―preguntó Ricardo sin mirarlo, pues su mirada estaba bastante entretenida con las escasas nubes blancas que entorpecían el color de cielo. Alan por su parte, sólo se limitó a negar con la cabeza, sin querer hablar del tema.
Tiempo. Tiempo es lo que necesitaba para renovar sus sentimientos, o quizás minimizarlos y paulatinamente acomodarlos para que estos calzaran con un perfecto ajuste dentro de la etiqueta de la amistad.
―Es hermoso el color de cielo ―dijo repentinamente, señalando el cielo con un mano, mientras usaba la otra para recargar su cabeza―, tan perfecto, tan sutil… su color es perfectamente reconocido por todos. “Azul cielo, celeste” ―recitó con cierta alegría.
El otro arqueó una ceja, escuchando sus palabras y su monologo delirante sobre algo que pasaba desapercibido para las personas en su vida diaria, aún estando tan presente siempre.
―¿Sabias que el cielo no es en realidad de color azul? ―Ricardo sonrió―. Hay razones científicas para ello.
Alan regresó su vista al otro chico una vez más. Parpadeó lentamente, tanto, que él mismo se había dado cuenta que lo había hecho. Pensó entonces en eso unos segundos; quizás entonces las personas también tenían un color diferente al que realmente poseían. Una capa pintada de azul que en realidad, sólo aguardaba otra sorpresa. Quizás esto lo hacían para ser captados de una forma hermosa.
Tal vez Ricardo no era perfecto, quizás era un hombre imbécil que le tenía asco a los homosexuales. Podría ser que en realidad, no fuese el príncipe azul de toda chica o chico, más bien, ni siquiera fuera un sapo, sólo un humano común y corriente lleno de defectos.
Ante ese pensamiento, Alan sonrió para si mismo con satisfacción. Se estiró perezosamente y de un brinco se puso de pie, paseando su mirada de Alan hacia arriba, donde volaban unas aves.
―Lo sé, también conozco esa explicación lógica para su color ―murmuró, encogiéndose de hombros―, pero a veces, es hermoso vivir engañado por un cielo azul.
***
Sección inagurada por uno de los colores más apreciados; el azul.
Si voy por el camino del bien, no duden en hacermelo saber.
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