Primero, me gustaría agradecer todos los comentarios, los ánimos y las nuevas personas que se han hecho seguidores de este humilde blog en estos últimos días. ¡Los aprecio mucho y siempre me animan a continuar en esto!
En segundo lugar, me toca presentar el quinto capítulo de esta historia, la cual le he tenido un enorme cariño. Recuerdo las advertencias: Es un relato homoerótico. Si quieren saber del inicio de la historia, el primer capítulo está aquí:
Prohibido Estacionarse
Capítulo V
Capítulo V
Estaba
nervioso, pero es algo que no quería dar a relucir en ningún momento. Desde que
nos bajamos de la micro, habíamos estado caminando en un silencio que nadie
parecía querer atreverse a romper. No tenía idea de cómo es que me propuse
terminar en una situación como ésta, sólo fueron esas pequeñas coincidencias
cotidianas las que nos llevaron a ello. ¿Destino? No, lo creo… quizás
simplemente lo que había sucedido, es que era la primera vez que me atrevía a
ver lo que sucedía a mi alrededor, más allá de mi persona.
—Es aquí —murmuré
cuando, después de subir las escaleras, llegamos al tercer piso de un edificio
que era donde habitaba. Anuncié eso, pero no supe por qué, pues era de lo más
lógico ya que me había detenido justamente ahí. Creo que es una de esas
estupideces que se dicen cuando uno no tiene nada más inteligente que decir.
Saqué mis llaves y al introducirlas, seguido de empujar la puerta hacia dentro,
me adentré al que era mi hogar, escuchando el ruido de las pisadas que estabas
detrás de mí. Acto seguido, arrojé mi mochila en la mesa por una costumbre que
había adquirido desde que me había mudado. Luis por su parte, pese al silencio
que había estado reinando, mantenía una sonrisa animada en sus labios, misma
que transmitía la satisfacción que estaba sintiendo por tenerme así de tenso, gracias
a la compañía de ese tercero que repentinamente se había cruzado: Matías.
—Bueno,
¿nos vamos a quedar así eternamente? —No era necesario agregar que había sido
Luis el primer voluntario en hacer trizar ese ambiente tan cerrado. Me senté al
lado de mi amigo, quien se había acomodado en el único sillón que poseía pero
en el que cabíamos perfectamente cuatro personas. Miré a Matías, que hasta ese
momento bien podría haber pasado como invisible, pues apenas daba signos de que
estaba acompañándonos a la fuerza.
—Ustedes
fueron los que me invitaron —dijo al fin—, ¿no debería ser la cortesía de la
casa sacar un tema ustedes? —Arqueé la ceja cuando me percaté del tono
sarcástico con el que estaban bañadas cada una de sus palabras. Le intenté
arrojar un cojín que había sin muchas ganas, mismo que atrapó sin ninguna clase
de esfuerzo.
—Ya,
deja de hacerte el difícil y ponte cómodo, estamos entre puros cabrones —musité,
estirándome perezosamente en mi asiento.
—Eh,
Francisco, aliméntanos, ¿verdad? —Miró a Matías—. Prometiste cena para este
arriesgado y para mí, el pobretón.
—¿Quieren
comida China? —pregunté, poniéndome de pie, pasándole a dar una palmada a
Matías en el hombro derecho. Él me miró de reojo y luego, también se dedicó a
ocupar un asiento mientras se aflojaba el nudo de su corbata, hasta que logró
quitársela completamente—. La verdad es que no tengo ni idea de qué hacer y
quiero algo rápido, ¿qué dicen? —Me incliné a la altura de mi pequeño
frigorífico para espiar dentro de él, sacando tres botellines de cerveza,
mismos que repartí entre mis peculiares invitados, quedándome por su puesto con
uno.
—Mientras
coma, por mi está bien —dijo Luis, luego de tomar su cerveza y destaparla con
sus dientes, un hábito que seguramente le tirará la dentadura cuando se vuelva
un vejestorio.
—Adelante
—coincidió Matías, sonriendo cuando Luis le ofreció a destapar su cerveza, acto
al que accedió, seguramente pensando lo que yo cuando lo vi por primera vez
haciendo eso: que alguno de sus dientes volaría en cualquier instante.
Cerré
los ojos y di un trago largo a mi cerveza, pues quería que la tensión
desapareciera de mis hombros y que a cambio, todo el ambiente pudiese relajarse
sin problema alguno. Pareció funcionar o me autosugestioné con ello, pues
mientras hacía el pedido de tres órdenes para unos muertos de hambre, sentí que
todo empezaba a estar de mejor manera.
Me
senté en el suelo, mientras buscábamos entablar alguna conversación que fuese
decente, aunque primero comenzamos a hablar de cualquier estupidez, es así como
primero hablamos acerca del clima, el tráfico y después nos carcajeábamos
cuando estábamos arremedándoles a los profesores que más nos frustraban de la
universidad.
Me
sorprendí cuando ante mis ojos se presentó una parte que recién descubría de
Matías; un hombre que después de todo, no estaba amargado, ni era demasiado
mayor para nosotros, se reía bajo, tomaba la cerveza como si fuera agua y se
burlaba también de sus jefes, los cuales se quedaban con el crédito de los
trabajos que él había hecho. Para cuando llegó la comida y la puse delante de
nosotros para que tragáramos, ya habíamos llegado al tema de las mujeres, el
sexo y las relaciones.
—¡Ya,
lo admito! He jugado con unas cuantas viejas, pero ¡Hombre! ¿Como si ellas
fueran unas santas? Hasta donde tengo memoria, mi antigua novia me engañó con
un cabrón que estaba más feo que yo… ¡Pero que tenía carro! Venga, sólo porque
yo viajo en micro, ¿sólo por eso?
—Entonces,
dices que lo que haces es por venganza a lo que también te hicieron —apuntó
Matías con su cerveza medio vacía a Luis—. ¿Qué con cobrarse con otras?
—Es
un puto círculo vicioso y ya —añadí, riéndome al mismo tiempo que me terminaba
la cerveza y espiaba en el fondo del botellín como si de esa forma me
encontrara más líquido.
—A
mí me dejan mis parejas —confesó repentinamente Matías. Luis y yo nos miramos.
Yo estaba buscando más cerveza que ya se habían acabado y él jugaba con los palillos
de su comida, cuando explotamos en risas. Matías frunció el ceño mientras yo me
tocaba el estómago por el dolor—. ¿Qué es lo gracioso?
—¡Es que..! —Me tragué mi risa y más tranquilo continúe: —Mira, no te
ves del tipo que dejan, más bien tú eres el que manda a volar a todas sus
parejas. ¿Me explicó? Debes tener muchos defectos para que te abandonen, no sé…
modelos europeas.
—Sí, es que… ¡Venga, no serás el más guapo, pero se notan que te
llueven! —Río Luis.
—¡Uy, como si a ti te faltaran, hermano! —Ataqué a mi amigo. Y era
cierto, pues por su excelente humor y ánimo, Luis tenía muchas amigas que
pretendían ser algo más y no las culpaba: si por Luis no sintiera ese cariño
del hermano que nunca tuve, seguramente
hace mucho hubiera intentando conquistarlo pese a que es heterosexual.
—Son mis amigas. Amigas —Recalcó apuntándonos con los palillos. Matías
giró los ojos con una sonrisa, como si no le creyera eso, bueno, ni yo le
creía.
—¡Qué se quejan ustedes! —Me solté—. ¡Ya voy para cura de iglesia
porque no he tenido nada de nada desde hace dos años! ¿Creen que es divertido
estarse manoseando cada tanto mientras ven una porno?
—¡Porque no quieres! —agregó Luis con una risotada.
—Seguramente es eso —dijo Matías—. ¿Acaso eres de estándares demasiado
altos?
Quedé en silencio unos
segundos, con los ojos bien abiertos, mirándolo fijamente. No eran unos
estándares altos; yo era una persona perfeccionista. Y lógicamente, nunca
podría encontrar a alguien que se adecuara a lo que yo quería. Tal vez debería
ser yo quien necesitara cambiar en lugar de tratar de arreglarlo todo. Rasqué
mi nunca, mientras me dedicaba a carraspear tontamente.
—Qué
va… —bromeé—, sí sólo no lleno las expectativas de nadie.
Qué
mentira más vil.
Era que nadie llenaba mis expectativas demasiado inalcanzables para cualquier
ser humano.
Luis hizo una cara de
incredulidad mientras Matías seguía concentrado en mí, deseando seguramente que
le dijera la verdad. Mi amigo se paró y arrojó la basura de su comida a un
cesto mientras buscaba seguramente la botella de alcohol que habíamos dejado la
vez pasada que estábamos tomando. Dio un grito de euforia, seguramente por
haberla localizado y al regresar a su asiento, extendió una sonrisa burlona que
no reflejaba nada de lo que se le atravesaba.
—Y
es aquí, cuando dos almas se conectan, cuando dos seres caen rendidos en la
tentación que se venía formando desde hace varios días… el público lo esperaba…
—exclamó mi amigo, deformando su voz hasta hacerla parecer más gruesa, similar
a las voces profundas de los locutores de radio. Cerré mis ojos y traté de no
reír por su idiotez. Matías lo volteó a ver mientras Luis se justificaba
rápidamente—. ¡Pues parecía que se iban a quedar mirándose ahí embobados por
siempre!
—¿Celos?
—pregunté, mirando cómo tomaba la botella y se la llevaba a la boca para tomar
el alcohol directamente de esa manera.
—Por
ti siempre, mi amor —dijo, guiñándome el ojo y lanzándome un beso sonoro.
Matías pareció hacerle gracia la infantilidad de nuestra discusión, por lo que
yo giré mi cabeza, haciendo un puchero imbécil.
—No
seas maricón, borracho.
—¡Siempre
te doy todo mi amor y lo rechazas! —Dramatizó
mientras bebía más alcohol. Calculé que no tardaría demasiado en realmente
emborracharse; por el tono de su voz y el color en sus mejillas comprendí que
ya estaba mareado.
—¿Son
así siempre? —preguntó Matías, irrumpiendo nuestro ataque de insultos.
—Siempre
—recitamos al unísono, repitiendo la palabra que había dicho.
Ese
fue uno de los pocos momentos en los que me agrade por completo a mi mismo. Me
sentía cómodo compartiendo mi espacio con Luis y Matías y por vez primera sentía
que no me estaban invadiendo, lo cual era lo más común en mi persona. Es una
noche que se quedó grabada para siempre en mi memoria, quizás porque la
consideré perfecta… tal vez porque no podía pedir nada más.
—…mi
última pareja me decía que era imposible complacerme —susurraba, con mi voz
lastimada no sólo por hablar tanto tiempo y las bebidas, sino también porque
estaba tocando partes dolorosas de mi pasado. Eran las tres y media de la
madrugada. Luis estaba dormido en el sofá, desparramado con la boca abierta y
derramando saliva. Matías se había apoderado ya de mi cama y yo, con la cabeza
recargada en una orilla de la cama, estaba envuelto en las cobijas, cerca del
rostro del Matías—, siempre ha sido mi defecto más grande; exigir demasiado…
más de lo que alguien me puede dar…. Y no daba nada a cambio.
—¿Te
has sentido solo? —preguntó con un murmullo también. Cuando menos me di cuenta,
una de sus manos acariciaba mi cabello. Suspiré y no me negué, al contrario,
cerré los ojos suavemente acercándome un poco más a él.
—En
ocasiones… pero no quiero que alguien se dé cuenta de ello. Estoy cansado,
¿sabes? Cansado de exigir tanto, de que me miren tristes porque nadie está a
ese nivel que pongo. Harto de causar dolor. Ya no deseo nada eso… por eso es
preferible vivir solo… mantenerme en mi soledad.
—¿De
verdad eso quieres? —preguntó.
—No,
no quiero… la verdad es que quiero tener a alguien que me enseñe de los defectos…
quiero que alguien me cambie, porque yo solo no puedo cambiar. Quiero que alguien
me guíe y me diga que la imperfección es hermosa…
Todo
era oscuridad a nuestro alrededor, se sentía melancólico el ambiente y los
sonidos eran pocos, quizás uno que otro carro pasando.
—¿Dices
que solo no puedes? Quizás en realidad no quieres y lo que haces es protegerte
a ti mismo… no quieres que toquen de nuevo tus sentimientos y por eso los pones
lo más lejos de todo el mundo.
Yo
reí sin alegría al escuchar sus palabras.
—No
eres mi terapeuta.
Quizás
fue el ambiente. No lo sé en realidad. Sólo sé que pasó. Matías se removió en
la cama y me tomó por el brazo para levantarme. Imaginé que simplemente quería
que me pusiera de pie, pero grande fue mi sorpresa cuando tomó mi barbilla y
levantó mi rostro. Me miró, nada fue
apresurado. Acarició con la yema de sus dedos
mis labios y me sonrió, seguramente riéndose de mi expresión impactada,
que después se tranquilizó para entreabrir mis labios y tocar la punta de sus
dedos con mi lengua. Ese fue el
detonante, el cual yo no pude soportar. Levanté mis brazos y rodeé su cuello
mientras lo jalaba hacia mí e inclinando mi rostro, nuestros alientos tibios
chocaron.
—No
sé por qué, pero tú me gustas… —musité con mis voz temblorosa. Mis ojos
trataban de ver los suyos en la oscuridad, para saber si me rechazaba o no,
pero él no decía nada; sólo respiraba. Me acerqué lento, no quería asustarlo…
entonces, nuestros labios chocaron, originando descargas eléctricas que me
estremecieron. Jadeé sobre su boca y mis
labios acariciaron los suyos carnosos. Mis dientes se aferraron a su boca, jalándola
y saboreándola hasta que finalmente sentí la punta de su lengua salir a recibirme,
incitándome a que continuara.
Yo
todo el tiempo me había guiado por la línea que estaba trazada. Matías era la
primera persona que me llevaba a andar más allá de lo establecido… yo no quería
perderme en el intento.
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