¡Hola! nwn ¿Cómo están todos? Yo súper, aunque vengo de rápido a mostrar una historia con la que estoy participando para el concurso: "Porque el amor Duele" ^w^ Espero que les guste y gracias -3-
Inocencia
Por:
PukitChan
“Ceguera
mental.” Creo que así es como he decidido llamarle.
¿Existe como tal ese término? No lo sé, pero
me gusta cómo suena porque a decir verdad, es bastante preciso a lo que estoy
sintiendo y viviendo; es decir, mis ojos sí lo ven pero mi mente se niega a
aceptar el hecho totalmente, creando una barrera impenetrable alrededor de la
frase: “Lo he sabido desde siempre… tú sólo me usas.”
Suena
realmente triste.
Pero lo que más pena me da, es que soy
únicamente yo el causante de todo esto. Algunos dirán que es falta de amor
propio, pero a estas instancias no me molestaré en negarlo o afirmarlo porque
es demasiado complicado para reducirlo sencillamente a estas dos palabras. Tan
fácil que es juzgar y tan difícil que es vivir.
Sumergido
en una mísera realidad.
Detesto que no esté él, porque su ausencia me
llena de soledad y eso ocasiona que empiece a meditar mi vida. Yo, como muchas
miles de personas, odian su realidad y se dedican a llenar su existencia de
retazos de la vida de alguien más para formar una nueva. Una donde no existe la
terrible vergüenza de las consecuencias.
Lo amo.
…y lo seguiré haciendo, probablemente hasta
el punto en el que la destrucción para mi alma sea inminente. Suena tan
terriblemente enfermo, que yo mismo me doy asco. Tan bajo he caído y estoy
consciente de ello, lo cual empeora la situación. Porque sé perfectamente qué
es lo que ocurre, pero no tengo las ganas para cambiar la situación.
―¿Axel? ¿Estás bien?
Levantó el rostro, separándolo apenas de la
almohada. Mis pupilas se dilatan cuando veo su rostro masculino y limpio, con
gotas de agua recorriendo su frente rugosa. Centró mi atención en ese color
verde claro de sus ojos y le sonrió, siguiendo con la mirada el camino de su
cuerpo, notando así que se había dado recién un baño.
―Estoy bien ―respondí perezosamente. ―Sólo
pensaba.
Levantó una ceja, como si aquello le hubiese
resultado imposible de creer. Se sentó en la orilla de la cama, dándome la
espalda y secando su corto cabello negro. Ladeé el cuerpo para verlo mejor,
aunque enseguida me arrepentí: como otras tantas veces, su nunca y parte de su
espalda estaban llenas de marcas moradas y rasguños que dejaban caminos oscuros
en su piel blanca. Aquellas muestras de pasión que no había hecho yo. Mordí mis
labios en silencio, acompañándolo de esta manera a él.
―No voy a estar aquí mañana… ―comentó como si
nada, mientras se ponía un reloj plateado que aquella otra persona le había
regalado con motivo de su aniversario―. He abusado de la confianza de April
últimamente… creo que está empezando a sospechar algo.
La
odio. Desteto que digas ese nombre cuando estás en mi cama.
―Dile… ―comencé a hablar aunque ahora miraba
el techo―. Llega con un gran regalo y hazle creer que esta semana, lo que has
estado haciendo es prepararle esa gran sorpresa. Con eso la dejarás por
convencías que le eres fiel, después de todo, sólo han sido siete días
seguidos, de los tres años que llevamos haciendo esto. La convencerás con
facilidad.
Me
odio, pero hago esto porque deseo conservarte e ir más allá de lo poco que tú
planeas darme, es perderte.
―Es cierto… ―Asintió pausadamente y cerré mis
ojos. Sentí claramente sus frías manos por el agua recorrer mi frente y perderse
en mis cabellos castaños al indagar a través de ellos. Luego, su cuerpo
acercándose al mío, causándome un estremecimiento que erizó los cabellos de mi
nuca. El contacto de sus labios fue apasionado e intenso y cuando menos me di
cuenta, ya lo tenía encima de mí y yo aferrándome con desespero a él.
―Aún no quieres que me vaya, ¿cierto?
―susurró divertido en mi odio.
Si por
mí fuera, te ataría a la cama y te penetraría hasta hacerte desfallecer.
Gruñí, rasgando su espalda. Él no me objeto,
cosa que me sorprendió: nunca permitía que aquello sucediera porque entonces se
notaría descaradamente su infidelidad. Probablemente sólo lo permite porque su
cuerpo ya fue marcado por ella. Entierro más mis uñas sin importarme ya nada.
Sujetando lo que no tengo, buscando aquello que nunca he podido encontrar.
Yo no puedo ser como otras personas. Sus
caricias no son vitales para mí. Su presencia tampoco ya que en realidad podría
vivir perfectamente sin él. Posiblemente podría ser feliz, pero me doy cuenta
de que ni siquiera busco eso estando con él, porque duele su compañía pero aún
si es indispensable su presencia para mí. Porque me desgarra, porque me lastima
y luego de todo aquello me sonríe como si sólo hubiese sido una travesura de
dos pequeños niños.
¿Así se
supone que sea el amor?
Ni siquiera sabía que creía en el amor.
Creo que todos llegamos a un punto en el que
nuestra existencia se vuelve una enferma necesidad. No digo que dure siempre,
pero es algo por lo que todos experimentamos. Yo lo estoy experimentando,
aunque en el peor grado ya que únicamente su presencia no hace más que
reafirmar el maldito adicto que soy.
Necesito
un terapeuta.
Qué vil mentira. No busco ser entendido, no
quiero que alguien asienta y diga “comprendo lo que pasa, pero…” Nada de eso
necesito, porque yo sé qué es lo que ocurre y precisamente por ello, sería tan
doloroso. Ya lo es, pero no es observar la realidad lo que me lastimaría, sino
ver su rostro diciéndome que a pesar de que nunca sintió nada por mi, lo
disfrutó realmente.
No habría cosa más cruel que ello. Decirme
que lo gozó. ¡No quiero eso! ¡No quiero terminar por la paz y decentemente!
Quiero que al igual que yo, sienta asco y repulsión de esta vida. Quiero que se
sumerja en el dolor. Deseo que April se dé cuenta de que su novio lo engaña con
un hombre, ¡conmigo! Con el chico que les sonríe detrás del mostrador cuando
van ellos juntos, tomados de la mano y esperan que les dé sus palomitas para
ver la función de las cuatro y media, la hora de su salida de clases.
Así lo
conocí.
Incluso sintiéndolo dentro de mí, dejándome
maltratar por sus manos, gimiendo fuertemente cuándo el perfora mi interior y
me hace sangrar por enésima vez, recuerdo sus ojos verdes, tristes, que
adornaban la sonrisa resignada el día que decidí mirarlo con más atención.
Compraba las palomitas y los dulces en el cine y yo le atendía.
Aunque
lo había visto muchas veces, me fasciné con él aquella vez.
Miró nervioso su reloj, y luego a la
cartelera: la función empezaba a las cinco.
―¿No llega tu novia? ―pregunté amablemente,
con ese olor a mantequilla que había aprendido a ignorar muy bien. Él me miró
sorprendido, más luego asintió, pagándome el precio.
―No suele ser impuntual… ―dijo, como un vago
eco.
Minutos después, April llegaba corriendo
graciosamente, acercándose a él para abrazarlo y pedirle disculpas por su
tardanza. Creí que ese sólo había sido un flechazo, esos amores de una mirada
que solo tienes de vez en cuando; ese tipo de personas que te llenan el corazón
con ilusiones sólo unos vagos segundos.
Pero ese día, cuando salía de mi turno en el
cine, a eso de las once y media de la noche, lo encontré a él mirando la
cartelera. Me acerqué curioso para preguntarle qué hacía o si podía ayudarlo en
algo, cuando él me sonrió y preguntó si
quería acompañarlo a su departamento.
No se
declaró heterosexual confundido, ni homosexual reprimido. Era, desde siempre,
bisexual. Y aún así lo acepté.
―¡Duele! ―grité, apretando los labios. Él río
suavemente y siguió con sus movimientos, sin importarle mis delirios.
―Y por eso precisamente te gusta… ―respondió.
…me
conoce tan bien. Pero no totalmente.
―Mierda… ―musita―, tendré que bañarme otra
vez… ¿vamos juntos esta vez?
No
quiero.
―Sí… ―respondo, estirando mi mano para que él
me ayudara a levantarme. Él lo hace, después de todo, está consiente del daño
corporal que me ha causado.
No
quiero.
Caminamos juntos y la ducha primero fría en
cuestión de segundos llena el ambiente de vapor. Se mete en ella y me jala,
para limpiar también mi cuerpo.
Déjame.
No quiero estar limpio.
―¿Está bien la temperatura?
―Sí.
¡Lo
detesto! ¡No quiero estar limpio! Me estás arrancando lo poco que me das. Tu
aroma, parte de ti, el camino de nuestros cuerpos uniéndose, nuestro aroma
vuelto uno solo.
¡Déjame!
―¿Axel?
―Es tarde… ―comenté―. April se va a
preocupar.
―Es cierto ―convino―. Qué suceda lo que tenga
que suceder.
Púdrete.
Y vete a lo más hondo del infierno.
…pero
llévame contigo.
Nunca nos prometimos amor, ni siquiera era
una palabra de: “Sólo es sexo.” Creo que hubiera sido más sencillo si
hubiéramos dicho que sólo jugábamos con el cuerpo del otro, con la necesidad
básica de todo ser humano de estar sexualmente complacido. Entre nosotros, sólo
fue una plática trivial de lo que hacíamos. Luego nos acostamos. Creí que sólo
sería eso y nada más. Pero no fue nada de eso; comenzamos a juntarnos y a
despreciarnos.
No sé
lo fue.
―Ahora sí es hora de irme… ―dijo, dándose un
vistazo rápido al espejo. No respondí y dudo que él esperara una respuesta de
mi parte. El familiar sonido de sus llaves siendo guardadas en su bolsillo
izquierdo, porque es zurdo, me recordó que no es mío. También me hizo traer a
mi memoria, que en el amor, no había posesiones.
Qué
mierda.
Muchas veces le he visto con April en la
entrada del cine. Ella es linda, tiene una sonrisa encantadora, buen cuerpo y
por lo que puedo apreciar, es una chica inteligente. Es el tipo de persona, con
el que todos quisieran formar una familia y envejecer. Es la chica con la que
te sientas debajo de un árbol a planear tu futuro.
No la envidio, pero tampoco la amo. Lo cierto
es que le he tomado cariño. Ella sabe tan bien como yo mi nombre, gracias a las
etiquetas que todos los empleados colgamos en nuestra ropa, para ofrecerle al
cliente un trato más intimo y preciado. Ahora sé que sólo fue un tropiezo para
mí. La detesto, pero no la odio. A veces siento más compasión por ella que por
mi mismo y hay días que me enfado porque aún no se ha dado cuenta de la
traición de su pareja.
Desearía tanto arrancarme la ropa frente a
ella y decirle: “¡Mira! Me folla con esta pasión que ha dejado mi cuerpo roto.”
Pero eso sólo me hace sentir un estúpido. Patético. Un ser que no tiene derecho
a replicar.
Al incorporarme de la cama, donde me había
estado secando, observé con atención las ojeras de mi rostro, la sonrisa
cansada y el brillo de mis ojos que muchos aseguraban que era amor. Dicen que
es una cosa imposible de ocultar, pero yo no estoy de acuerdo con ello ya que
estos años tortuosos, he conseguido mitigar cualquier rastro de amor hacía él
de manera que ni siquiera el aludido lo sabe.
Todas las personas tienen historias de amor, probablemente
ésta es la mía, pero hubiese preferido que fuera menos amarga. No veo un final
feliz, a decir verdad nunca lo he esperado. En realidad, quisiera poder decir:
“Ya diviso ese final.”
Hay
quienes contemplan como acabará antes de que inicie, ¿por qué yo no puedo ser
así?
Es obvio y culparé de todo al amor. Maldito y
bendito amor. No sé que desear.
Porque
esperar lo esperado, siempre te lleva a lo inesperado.
Desvié lentamente mi rostro a la puerta
cuando escuché el timbre sonar. ¿Sería él? Lo dudé seriamente, porque traía un
juego de llaves. ¿Las habrá olvidado? No… Jamás lo había hecho en todo este
tiempo.
Tomé lo primero que había en el suelo. Era la
camisa de él. Sonreí con algo de ironía cuando, aún colocándome el pantalón,
dude en abrir la puerta pero al final acabé haciéndolo.
Segundos
después, me di cuenta de la estupidez que había cometido.
Me quedé quieto, mirando a la mujer que
estaba de pie, sonriendo frente a mi puerta. Obviamente vi muchas películas de
chico junto con mi madre, porque pensé que sacaría un cuchillo, chillaría
desgarradoramente o levantaría la voz descaradamente, al encontrarse con la amante de su esposo. Pero eso no fue
así.
―Hola Axel… ―saludó aquella voz medianamente
familiar, con ese tono dulce y a la vez maduro. La miré fijamente y me vi
obligado a responderle a su sonrisa. Parpadeé confundido, preguntándome tantas
cosas: “¿Cómo llegaste aquí? ¿Quién te dio mi dirección? ¿Acaso lo seguías?
¿Acaso… ya lo sabes?”
―April… ―dije, atinando sólo a pronunciar su
nombre. Ella deshizo su sonrisa y apretó sus labios finamente pintados de un
rosa pálido que le daba leve color a su rostro blanco.
―¿Puedo pasar? ―preguntó pausadamente, sin
enojo, sin cariño en su voz. Aquello me desarmó. Desvié la mirada hacía dentro:
había desorden y la habitación olía a humedad y sexo. Suspiré cuando noté que
ella se dio cuenta de que portaba la camisa de su novio. Aquello me avergonzó y
sólo le di permiso, guiándola a un sofá, donde colgaba una sábana blanca.
―Lamento el desorden… ―dije, rascándome la
nuca. Ella; sin embargo, pareció no escucharme, es más, podría decir que estaba
ausente. Se sentó en el sofá y permaneció unos instantes callada, apretando
nerviosamente su celular. Decidí esperar a que ella se sintiera en confianza de
golpearme, de gritar… de explotar. Me lo tenía merecido.
Creo.
Finalmente, ella suspiró y buscó mis ojos.
―Tú y Robert… se acuestan. ¿Cierto?
No
digas su nombre. ¡Quiero ser yo quien lo pronuncie!
Sentí el estómago revolverse, deseando salir
corriendo de ahí. Pero no podía ser así de cobarde, no en este momento.
Se lo
debo. A ella más que a nadie.
―Sí… ―Asentí, sentándome en la cama. No
evitaría sus ojos, quería ser sincero en todo momento. Se colocó la mano en la
boca, no obstante, su rostro no mostró ningún cambio de expresión.
―Lo sabía. No soy estúpida… ―Luego, negó con
la cabeza. ―Qué va, sí lo soy. ¿Sabes? Siempre he estado al tanto de esto.
Entendí que me engañaba, después di con quién. Y no me importó, nunca me ha
importado. Quiero que esté conmigo porque lo amo.
Me quedé callado por varios segundos. Sentí
mi corazón encogerse. La miré con una profunda y muda comprensión que ella
pareció entender.
―¿Te han dado consejos? ―pregunté. ―¿Alguien
te ha dicho, que esto sólo es una forma de dañarte a ti mismo? ¿Qué es estúpido
seguir con alguien que no te ama, por que quien te ama, no te hace esto?
―Robert me ama… de la misma manera que te ama
a ti. Nos ama, Axel.
No me
comprendas, por favor.
―Eso suena egoísta. Debe ser doloroso para ti
decirlo en voz alta.
―Posiblemente… ―musitó―. Pero el que sea
cruel, no le quita lo verdadero.
Ella acomodó un mechón de cabello detrás de la
oreja, donde se balanceaba un arete plateado.
―No es tu culpa… ―dije―. Ni siquiera sé si
aquí hay culpables. O quizás no quiero admitir parte de mi responsabilidad.
―Axel, no vengo a reclamarte nada. No vengo a
pelear por Robert, ni contigo. Ni siquiera te pido que seamos amigos, ni unos
estúpidos rivales, que se estrechan la mano mientras deciden pelear por quien
se quedara con Robert… ―Mordió sus labios. ―Me es tonto hacer eso.
No seas
amable, ódiame.
―Si tener a Robert a mi lado, implica el que
estés tú también con él, lo aceptaré.
No.
―¿Qué?
―Que te acepto, como
su otra pareja.
No.
No.
NO.
¡Mierda, no!
―¡NO! ―grité,
poniéndome de pie. ―¡No, April, no! ¡Maldita seas! Detéstame. ¡Grita! ¡Haz una
escena ridícula! ¡Grita que es tu hombre, que te pertenece! ¡No sé! ¡Hazme
sentirme mal, culpable! ¡Dime que tú eres una mujer, y le puedes dar hijos!
¡April, usa todo lo tienes! ¡La mano que te dieron en este juego es la
ganadora! ¡April, ÚSALA!
Ella no se alteró. Me miró fijamente.
―Ya la estoy usando, Axel. Tarde o temprano
te darás cuenta.
La miré impresionado. Luego, volví a dejarme
caer en la cama, sentado.
―Entiendo por qué te ama.
***
Abrí mi boca, dejando escapar de esta una
rota voz, que después se convirtió en un gemido ronco que inundó toda la
habitación. Sentía su cuerpo encima del mío, moviéndose lentamente, quizás para
torturarme. No lo sé y francamente ahora, no me interesaba en absoluto
saberlo.
Hoy es
catorce de febrero. Día de los enamorados.
Irónico.
―Maldición… ―musité bajamente cuando sentí
las lágrimas acumularse en mis ojos. Posiblemente, Robert piense que es dolor
corporal, pero todo esto va más allá de esto.
Un gran sensación de pérdida, vergüenza y
odio se llenaron en mi alma.
Te odio
tanto, April. Perdóname por favor.
Ella nunca más había regresado a mi
departamento. Cuando ella y Robert iban al cine, tomados de la mano, me sonreía
mientras pedía chocolate blanco para comer dentro de la sala. Me sonreía hasta
con cariño… y comprendía una y otra vez sus palabras.
Ella lo
sabe.
Siempre
lo ha sabido.
Grito de placer, intentando no escuchar mis
pensamientos, pero estos de alguna manera logran sobreponerse. Y me duele. Me
duele saber que todo este tiempo, él nunca ha sido mío, y posiblemente, nunca
lo será. Porque lo sabe.
Si no supiera que estamos juntos, sería más
fácil soñar con la posibilidad de que una parte de él es sólo mía. O que quizás
alguna día será completamente mío.
Pero ya
nunca más no es posible.
Y aún
así, no puedo soltarlo.
Duele. Y mucho.
Ahora él nunca me pertenecerá, porque April
le está dando a este muerto de hambre, algo que por ley eterna, es sólo de
ella. Sólo me lo prestó, porque decidió compadecerse de terrible y pobre
necesitado.
Me lo
quitó.
Cruelmente,
dejándolo a mi lado, me arrebató lo que yo poseía de él.
Me dejó
con las manos vacías.
De alguna manera, logré girarme para rodear
su cuello con mis brazos y sollozar en su oído, llorando ridículamente,
hipeando y gimiendo. Rasgué su piel.
―Más fuerte… ―supliqué.
Mientras
más cerca lo tengo, menos es mío.
Duele.
Lástima. Desgarra.
―Haré lo que tú desees… porque te amo.
Te amo,
te odio. ¿Existe alguna diferencia?
―Lo sé…
Esto me está matando.
…y no hago nada para evitarlo.
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