Por:
PukitChan
III
Recuerdo muy bien esa mañana porque, por más que corrí hasta sudar, no logré alcanzar la micro.
Maldije al conductor, pese a que eso no haría que regresara y abriera las puertas para que yo pudiera subir. Estaba estresado, malhumorado por mis pocas horas de sueño, bostezaba continuamente y encima de todo tenía una presentación en la universidad ese mismo día. Es cierto que llevaba un buen tiempo y no sería el fin del mundo si me calmaba a esperar la siguiente, quizás hasta podría tomar un asiento y descansar unos cuantos minutos, pero no, no podía pensar de esa manera tan positiva. Nadie es positivo en situaciones como éstas.
—Te hará bien —dijo repentinamente una voz a lado de mí mientras mi visión de la calle y el ruido de ella era interrumpido por una caja de cigarros amarilla. Me quedé absorto en esto, como si fuera una revelación del apocalipsis, aunque en realidad lo único que pasó es que me había tomado por sorpresa.
—¿Ah? —Ésa fue mi primera reacción con una mueca malagradecida que lo decía todo. Desvié la mirada, siguiendo la trayectoria de la mano, encontrándome con un traje negro. Al levantar completamente mi vista, me encontré con él, aquél que seguía aún trayendo ese estúpidamente feo nudo de corbata. Pero después de mi sorpresa inicial, traté de dibujarle una sonrisa y negué—. No, gracias… no fumo desde mis dieciséis.
Él bajó su mano y guardó los cigarros. Supuse que me recordaba y sobre todo a nuestros escasos encuentros, porque no podría creer que fuera un buen samaritano que andaba ofreciendo nicotina a todo bicho viviente que pareciera sumamente estresado, así que miré de reojo, analizando por primera vez sus facciones de una manera seria pues anteriormente no había tenido el tiempo ni la atención suficiente para hacerlo.
Su cabello era castaño oscuro corto, sin duda acorde a su forma de vestimenta. Sus ojos miel parecían demasiado chicos bajo esas cejas pobladas. Tenía una nariz amplia, pero acorde a la forma de su rostro; sin embargo, lo que más me impresionó de él fue la forma de sus labios. Amplios, pero cuidados y….
―¿Te gusto? ―Él, que se había percatado de que lo estaba mirando como imbécil, me habló para sacarme a propósito de mi análisis y lograr que me diera cuenta que parecía uno de esos niños que te miran cuando van caminando y te hacen sentir incómodo.
―Perdón… ―dije y por acto reflejo, miré la calle y la bendita micro no daba señales de querer aparecer, preguntándome si es que llegaría más rápido corriendo. Vacilé por los puntos en contra, ya que llegaría sudado… ¡A una presentación! Estaba seguro de que no había nada más humillante que eso. Claramente estaba equivocado, pero aún no me daba cuenta de ello.
―Ahí viene, deja de torturarte… ―Lo quise mirar, pero mi abstuve de hacerlo. ¿Por qué me hablaba? ¿Acaso era un psicópata que me estaba siguiendo? Aunque su voz había sido comprensiva a mi punto de vista, no era el momento para ponerme a dialogar, de modo que sólo me dediqué a formarme cuando finalmente para alivio mío llegó la micro. Apoyé mi mano en la fría barra de metal para ayudarme a subir los escalones y justamente cuando pagaba el precio de mi viaje, volteé a ver si seguía ahí. Dos señoras de distancia nos separaban y me pregunté si es que él las había dejado subir antes, como se supone que debía ser un caballeroso hombre.
Resignándome a no sé qué, seguí mi trayecto dejándome caer junto a la ventana en uno de esos asientos incómodos y carentes de espacio normal. Recargué mi cabeza en el vidrio y mis rodillas en el respaldo de los asientos de enfrente, esperando a que la micro se llenara en una posición poco adecuada no sólo para mi columna sino también para la ropa medianamente formal que traía puesta. Cuando él finalmente subió, buscó un asiento disponible y aunque el que estaba a mi lado no era el único disponible, optó por caminar y sentarse haciéndome una muda compañía.
El estruendoso ruido del transporte hizo gala de su presencia cuando arrancó finalmente. Yo miraba a todos lados, inquieto, aunque si alguien hubiera visto mi nerviosismo anterior con mucha facilidad podría asumir que de verdad quería que la micro volara. No era una mala idea en realidad, hasta que se me ocurrió mirarlo de nuevo. Él ya había sacado su celular y al parecer estaba leyendo un mensaje en el que no podía ser tan descarado para leerlo, pese a que las letras estaban ahí, mirándome y seduciéndome.
―Jm, te habías tardado… ―musitó él y obviamente estaba dirigido para su móvil y no para mi. Alcancé a ver unas líneas de frustración en su frente. Sabía, una vez más, que no debía meterme, pero si él ya me había ofrecido un cigarro por mi estrés, ¿qué me costaba hacer el ridículo a mi también y redimirme por mi actitud de hace un rato?
―¿Todo bien? ―solté de improviso y arriesgándome a que ni siquiera me escuchara, pero al parecer sí lo hizo porque giró hacia mí y sonrió de lado, levantando su teléfono celular y balanceándolo en su mano al mostrármelo. Yo negué en señal de que no comprendía qué me quería decir con eso, al tiempo que me sentaba decentemente.
―Mi pareja acaba de terminar nuestra relación por vía mensaje de texto. ―Acentúo su sonrisa―. Es más frío que hacerlo cara a cara. ―Debió haber percibido mi expresión de sorpresa y lucha interna por decirle algo, porque se me adelantó diciendo―: Está bien, no es el fin de mi vida.
Supuse que no le había dado demasiada importancia a esa relación y tal vez desde ese momento me debería haber dado cuenta de cómo era él. No entré al juego con los ojos cerrados, a lo mejor era yo el que no quería ver nada.
―No debió valer la pena, si ésa es tu reacción ―añadí, como si estuviera en la libre confianza de hablarle y de poder tocar cualquier tema con él―. ¿Acaso no era buena en la cama? ―pregunté, encontrando que parpadeaba rápidamente y después reía bajo, guardando en el bolsillo izquierdo su celular.
―Nada es perfecto. Las personas mucho menos y aun así, pese a que saben esto, siguen buscando a alguien que lo sea y que pueda ayudarles a corregir sus defectos. Y entonces, cuando descubren que ese alguien con quien están también se equivoca, tienen dos opciones: aprender que los errores son buenos en ocasiones o seguir en su búsqueda ideal y aun así de cualquier manera ya están tropezando con la misma piedra.
Ésas no eran palabras que se entablaban en cualquier conversación o al menos, eso fue lo que quise pensar, de modo que asentí con la cabeza. No hacía falta añadir más palabras y si fuera así, yo no encontraba las adecuadas; sin embargo, en nuestros rostros no había gestos de reflexión profunda sino simple y llanamente dos sonrisas de aprecio ante una realidad cotidiana.
―Si hablas así y ella te dejó, entonces tú eres el que no es bueno en la cama ―bromeé un poco para acabar con el silencio entre nosotros. Me sonrió, curveando ambas cejas dándome a notar que había tocado una parte de su orgullo masculino y que si seguía con mi broma, iba a defenderse―. Ya, bueno, yo sólo decía.
―¿Estudias? ―preguntó tentativamente al darle una repasada rápida a mi mochila entreabierta de la cual sobresalían mis papeles.
―Sí, o al menos eso es lo que estoy intentando.
Parecía que sus preguntas no eran dichas con la realidad intención de conocerme, más bien sólo era el método clásico de mantener conversación con quien se te ha ocurrido sacar plática y lo gracioso es que no lo culpaba sino que en el fondo de mi lo justificaba repitiéndome que era porque me seguía teniendo en su memoria.
―¿La universidad? ―interrogó, mientras yo me limitaba a asentir. Acto seguido, apreté mis labios para humedecerlos y seguir hablando.
―Supongo que tú trabajas en una oficina o algo… ya sabes, por el trabajo, cada que te veo estás vestido formalmente.
Entrecerró lo ojos sutilmente y clavó su vista en mi. Yo vacilé y analicé mis palabras, llegando a la rápida deducción de que aún no había metido la pata para creer que me observaba con enfado, así que sin titubear, respondí también a su directa mirada, sin sonreír, sin expresar alguna clase de sentimientos. Llegó un momento en el que él optó por desviar la mirada al llegar a un punto luego de haber permanecido así a lo largo de dos minutos.
―Es en una oficina, sí… pero no es que me sienta muy cómodo usando esta clase de atuendo, aunque admito que en los últimos meses me he estado acostumbrando.
―Entonces, no usabas antes ―aseguré con una sonrisa―. Se nota en el nudo de tu corbata.
Se notaba que él mismo estaba consiente de aquello, porque no se enojó ni bajó la mirada para observar aquello y me lo imaginé exactamente frente a un espejo, peleándose cada mañana con su corbata, intentando hacerla lucir bien; sin embargo, después de los tres minutos se frustra, dejándola exactamente igual o inclusive peor que cuando inició el proceso. Reí.
―¿Ahora eres don perfecto?
Fruncí enojado, por haberme echando a la cara aquel aspecto de mí, del que me sentía bastante orgulloso y avergonzado al mismo tiempo, aunque esta vez fue la frustración la que le ganó a las anteriores dos.
―Sí, si lo soy ―respondí secó, desviando infantilmente mi visión hacia otro lado de la micro, aunque me impresioné cuando descubrí que ya estaba casi por llegar a mi destino y ni siquiera me había dado cuenta: parecía que él me absorbía a un nivel que no lograba comprender. Suspiré y me dispuse a acomodarme, recordando que tenía cosas más importantes que hacer además de pelear con mi vecino de asiento.
Lo miré, diciéndole con los ojos que me diera permiso, pues el bloqueaba mi camino para que yo me pusiera de pie. Dio una repasada alrededor y se dispuso a levantarse, pero antes de completar su acción se quedó unos segundos meditabundo.
―Dijiste que siempre me has visto de traje… ―pronunció incorporándose después de todo, cediéndome el espacio para que yo pudiera salir―, ¿acaso tú y yo ya nos conocíamos?
Me quedé quieto y cerré mis ojos mientras me ponía de pie y camina por el espacio disponible de la micro para dirigirme a la puerta trasera del vehículo. Sentí su vista posaba sobre mi espalda, pero hice caso omiso a esa sensación y toqué el timbre para que se detuviera la micro, dejándome bajar en la siguiente parada. Entreabrí mi boca cuando la puerta se recorrió y ráfagas de viento por el movimiento ahora más lento, me golpeaban en el rostro.
De un solo brinco bajé de la micro a la acera, caminando algo torpe y distraído, tanto que tiré mi dinero al suelo. Bufé fastidiado y cuando me agaché para recoger las monedas, fue cuando el peso de la realidad cayó sobre mis hombros.
Yo le había dicho que lo había visto y era cierto, pero…
...pero él ni siquiera recordaba aquellos encuentros.
Siempre me dije a mi mismo, que yo no sabía enamorarme. Pero a partir de ese día descubrí que cuando dos personas se unen para formar una misma, descubres cosas uno cree que jamás podría llegar a sentir…aunque a veces muchas de estas, no sean necesariamente de amor.
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