Prohibido Estacionarse
Por:
PukitChan
Capítulo IV
Al
ser una persona perfeccionista de una manera casi maniaca, suelo decepcionarse
con frecuencia de muchas cosas, iniciando por mí mismo y todo lo que solía
hacer en momentos de impulsos. Pienso entonces que quizás fue extraño y a la
vez, parte de todo, dirigir mi perfeccionismo hacia esa persona, inclusive
desde la primera vez que lo vi. Me pregunto si esa parte que odiaba de mí,
quería detestarla de él, desde el momento en el que me cayó la cruda realidad
de que no me recordaba.
Tenía muchas cosas que hacer ese mismo
día, por lo que decidí dejar de analizar ese encuentro para frustrarme con él
en otra ocasión. Curiosamente, aunque ese hecho me seguía molestando, fui capaz
de comportarme como adulto y terminar mis responsabilidades de ese día. Incluso
en el trabajo me fue muy bien y gracias a las propinas que recibí ese día, que
fueron más de las que comúnmente gano, logré comprar cosas sólo por el capricho
de que se me antojaba tenerlas. Fue cuando me di cuenta de que con mi esfuerzo
estaba tratando de recompensar el gusto amargo que me dejó el encontrármelo.
Era como si intentará consolarme a mí mismo por ello. No podía creer lo
infantil que podía ser en algunas ocasiones. O más bien, cuán impresionante era
lo que podía llegar a hacer para olvidar que algo se escapó de los límites de
mis posibilidades y me hizo perder el control.
―¡Y todavía te quejas! ―bromeé,
haciéndome el ofendido―, todavía que estoy de buenas y acepto alojarte y ser
bueno contigo.
―Es tu deber como amigo…
―contraatacó―, no puedes dejarme solo en la deriva del mundo.
Luis es heterosexual, pero nunca le
molestó que yo fuera gay, al contrario, cuando se dio cuenta de mis
preferencias sexuales sólo hizo una mueca de sorpresa y continuó con la plática
de su experiencia al acostarse con una chica que conoció de una sola noche. No
era sorprendente encontrar a hombres heteros que les diera igual eso, pero lo
que me impresionaba del él, era que no temía pasar tiempo conmigo a solas.
Normalmente, muchos huyen creyendo que les iba a hacer algo, que los iba a
manosear en cuanto se mostraran indefensos. Encontrarlo fue entonces algo en
verdad refrescante, porque inclusive Luis me abrazaba como amigos, sin que se
tuviera que pensar algo más.
―Por cierto, ya no me has hablado de ese cabrón, ése… el que no te reconoció.
―Por cierto, ya no me has hablado de ese cabrón, ése… el que no te reconoció.
Excepto que su único defecto era, que tenía el don de abrir las heridas de otros, con comentarios que no se deben hacer. Le dediqué una mirada furiosa y me respondió con una sonrisa traviesa, la que me decía que había estado esperando esa reacción mía.
―No hay nada más que contar… sólo eso
pasó.
Como si no estuviera satisfecho con
esa respuesta, Luis me miró un buen rato a los ojos, haciendo gestos para que
le dijera toda la verdad, al final, lo único que conseguimos fue carcajearnos
en una micro donde todos los demás iban dormitando o meditando y en cuanto ven
a uno feliz, lo miran como si fuese un parasito.
―Deberíamos beber ―sugirió
repentinamente―, ¿tienes bebidas en tu casa?
―No demasiadas… unas cuantas cervezas
y media botella de alcohol…
―¿La que dejamos la vez pasada?
―Ajá…
―¡Carbón, no te la has bebido! ¡No
debí dejártela! Debí habérmela llevado la vez pasada.
―Estabas tan crudo que ni podías
sostenerte de pie ―reí.
Mi madre, una señora de cuarenta y
tantos, viejecilla que se la pasaba riéndose en voz baja como si estuviera
tramando cosas malvadas, me dijo alguna
vez que el destino era caprichoso y siempre se encargaba de arruinarnos los
momentos divertidos, para camuflarlos en un desastre aunque al final de día,
era una más de sus jugarretas para que en algún momento nos diéramos cuenta de
que todo tiene una razón de ser. Eso fue lo que me pasó.
―¡Mierda…! ―murmuré repentinamente,
mirando hacia el frente.
―¿Qué, qué? ¿De qué me pierdo?
―exclamó Louis, mirando alrededor, buscándose seguramente algo sorprendente. Al
menos sé que no sería sorprendente para él, pero para mi sí.
―Es él… ―contesté por inercia―, el que
viene con traje negro.
Era el único que subía vestido así, por
lo que no le fue muy difícil a Luis localizarlo. Lo siguió con la mirada,
aunque al parecer éste aún no me había visto, mejor aún; no me recordaba.
―¿Se encuentran tantas veces en el
mismo horario? ―preguntó.
Yo lo miré y noté que en realidad, ni
siquiera había alzado la vista para ver a alguien, sólo caminaba y buscaba un
espacio para sentarse, uno que desgraciadamente estaba atrás de nosotros.
Fruncí el ceño, resoplando una y otra vez, sacando de esta manera mis nervios,
mientras intentaba pensar claramente acerca de cuántas veces nos habíamos visto
y sí es que antes de habernos hablando de una manera más o menos formal, ya
cruzábamos caminos. Imagino que es algo que uno nunca puede descubrir.
—No lo sé… —respondí, cuando
finalmente logré modular palabras. Luis rió de mi cara de espantado y me golpeó
la espalda, mientras descaradamente giraba la cabeza hacia el asiento trasero y
buscaba mirar de mejor forma al hombre que… ¿cómo se llama él?
Caí en cuenta de que tampoco sabía ni
siquiera su nombre y que hasta este momento, no me había preocupado por saberlo
realmente, sólo era el tipo de corbata fea que se la pasaba dándome continuos
dolores de cabeza al molestarme continuamente de lo que debería ser algo mejor.
—Pendejo… —reproché, jalándolo de su
suéter para que regresara a su posición original de asiento. Él sólo reía,
disfrutando con tremendo gusto el verme sufrir con semejante y estúpida escena
que lo único que provocaba es que me preguntara si es que había hecho malo para
que me pasaran esta clase de cosas—. Ya cabrón, deja de hacer eso.
—Yo quería conocerlo, tú eres bien
poco descriptivo… quiero ver quien te ha robado el corazón.
—Ya cierra ese maldito hocico. —Era
notorio que su sola presencia me ponía de muy malhumor, y sólo por ello podía
ponerme a la defensiva automáticamente. Medí la distancia, para saber por
cuántos minutos más estaría Luis torturándome en el camión y no quería llegar a
imaginarme todas las burlas y montañas de estupideces que me diría una vez que
estuviéramos cenando.
Aunque con todo ese ruido que veníamos
haciendo, sin una clase de consideración por los demás, era posible que ya se
hubiera dado cuenta de lo que estábamos haciendo y quizás inconscientemente,
estaba buscando que pudiera notarme más.
Como si alguna vez lo hubiera hecho.
—¿Te acuerdas del día que fuimos como
diez a tomar en tu casa, porque ya nos habían corrido del bar que cierra a las
tres de la mañana? —preguntó Luis.
—Sí —dije, arrastrando la vocal, y
arqueando la ceja ante la duda de por qué había sacado eso al tema—. ¿Qué con
eso?
—Es que éramos muchos y si entramos en
tu casa, todos apretados y durmiendo unos pateando a otros, pero entramos y
esta Eliza bien aprovechada se metió en la cama, aventándonos a todos los demás
que buscábamos almohadas o cobijas.
Permanecí en silencio, pues todavía no
agarraba el ritmo de la conversación, ni a qué lugar se dirigía con ello. Me
pregunté qué quería obtener con eso pero la verdad es que no tenía ni la más
mínima idea, sobre todo si planeaba algo o sólo era su intento para distraerme
del tipo ese que ahora sentía en mi espalda que nos estaba mirando.
—¿Ajá…? —Alcancé a decir.
—Es una buena idea, ¿no?
Levanté mis manos, para con un ademán
decirle que sencillamente no le entendía ni madres, aunque no pasó mucho tiempo
antes de las nubes de ignorancia se disolvieran y la luz de la iluminación,
dibujada como una bombilla arriba de mi cabeza, hiciera que todo se aclarara en
cuestión de segundos, segundos en los que no pude reaccionar mientras todo
sucedía. ¿Por qué las cosas de la vida real no podían ser más como un sueño
donde aparecían cosas inexplicables que tenían lógica?
Luis me aventó su mochila y como niño
pequeño, colocó sus rodillas en el asiento para apoyarse en éste y girar
totalmente su cuerpo para ver al tipo de la corbata fea, mirándolo directamente
a él. Sentí que el mundo se me caía encima y por eso no podía hacer nada, todo
esto estaba más allá de los límites que yo me había propuesto a establecer a mi
alrededor.
—Oye, tú, hombre de traje… —saludó. Yo
miré de reojo, mordiéndome los labios y suplicando que no estuviera por hacer
eso que yo creía.
—¿Qué? —respondió y nuestras miradas
se cruzaron unos segundos antes de que volviera su atención a Luis, que era
quien le hablaba.
—Acá, yo con mi amigo… —Me palmeó la
espalda—, pensamos hacer una improvisada borrachera con poco alcohol y mucha
comida en su casita. ¿Te vienes? Anda, prometemos que no mordemos, sólo
queremos que haya más tipos haciendo ruido.
Noté que una señora nos miraba como
enfermos y unas chicas se reían de nosotros. Más estúpido no podía ser, de
verdad que no.
—¿Y hasta qué hora se supone que
piensan hacer si improvisada borrachera? —respondió. ¡Respondió!
—Pues hasta que el cuerpo aguante —rió—.
¿Qué dices?
Algún gesto debió hacer, pues entonces
Luis se echó hacía atrás para mirarme con atención e indicarme con la nariz,
que era mi turno de voltear y decirle que estaba de acuerdo con semejante idea.
Ya no había marcha para atrás, por lo que apreté mis cosas y volteé la cabeza
para verlo. Él me sonrió, esperando mis palabras.
—¿Qué más da? ¿No dicen que la fiesta
se pone mejor mientras más allá en el lugar?
Asintió a mi pregunta y acto seguido,
le asintió a Luis, diciéndole de esta manera que aceptaba ser parte de toda esa
locura con dos desconocidos que parecía que buscaban adrenalina en su vida,
aceptando llevar a cualquier imbécil que hubiera en la calle. ¿Y sí era un
asesino serial?
—A todo esto —agregó Luis—, ¿cómo te
llamas, trajeado?
Puse verdadera atención esta vez, algo
contrariado por la facilidad que tenía mi amigo para explayarse con alguien que
no conocía, pero que sabía que yo había estado pensando en él. No podría ser un
espíritu tan libre como el de Luis, pues todo lo que había hecho, había sido
realizado luego de una planeación cuidadosa o quizás de días de observación
para saber cómo actuar la próxima vez. Yo le tenía envidia hombres como él.
—Primero los que invitan —musitó.
—¡Ah, bueno! Él se llama Francisco y
yo Luis. ¿Tú?
—Matías —dijo claramente.
—Bueno, Matías, bienvenido al club.
Nos bajamos en la próxima parada.
Yo no quería que las cosas sucedieran
tan rápido. Yo ni siquiera quería que sucedieran, no quería que se estacionaran
en lugar que por derecho, era solo mío.
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