19 de junio de 2011

Prohibido Estacionarse. Capítulo 4



Prohibido Estacionarse
 
Por:
PukitChan 

 Capítulo IV


Al ser una persona perfeccionista de una manera casi maniaca, suelo decepcionarse con frecuencia de muchas cosas, iniciando por mí mismo y todo lo que solía hacer en momentos de impulsos. Pienso entonces que quizás fue extraño y a la vez, parte de todo, dirigir mi perfeccionismo hacia esa persona, inclusive desde la primera vez que lo vi. Me pregunto si esa parte que odiaba de mí, quería detestarla de él, desde el momento en el que me cayó la cruda realidad de que no me recordaba. 

Tenía muchas cosas que hacer ese mismo día, por lo que decidí dejar de analizar ese encuentro para frustrarme con él en otra ocasión. Curiosamente, aunque ese hecho me seguía molestando, fui capaz de comportarme como adulto y terminar mis responsabilidades de ese día. Incluso en el trabajo me fue muy bien y gracias a las propinas que recibí ese día, que fueron más de las que comúnmente gano, logré comprar cosas sólo por el capricho de que se me antojaba tenerlas. Fue cuando me di cuenta de que con mi esfuerzo estaba tratando de recompensar el gusto amargo que me dejó el encontrármelo. Era como si intentará consolarme a mí mismo por ello. No podía creer lo infantil que podía ser en algunas ocasiones. O más bien, cuán impresionante era lo que podía llegar a hacer para olvidar que algo se escapó de los límites de mis posibilidades y me hizo perder el control.
    ―Hueles a café y eso ocasiona que se me antojé una taza humeante cuando no tengo dinero y eso provoca que te odie con todas mis fuerzas. ―Mi amigo, Luis, estaba sentando a mi lado en la micro luego de haber decidido por su propia cuenta que a falta de monedas para sobrevivir, era mi deber alimentarlo hasta el día, que era cuando le pagaban en su trabajo.

―¡Y todavía te quejas! ―bromeé, haciéndome el ofendido―, todavía que estoy de buenas y acepto alojarte y ser bueno contigo. 

―Es tu deber como amigo… ―contraatacó―, no puedes dejarme solo en la deriva del mundo. 
Luis es heterosexual, pero nunca le molestó que yo fuera gay, al contrario, cuando se dio cuenta de mis preferencias sexuales sólo hizo una mueca de sorpresa y continuó con la plática de su experiencia al acostarse con una chica que conoció de una sola noche. No era sorprendente encontrar a hombres heteros que les diera igual eso, pero lo que me impresionaba del él, era que no temía pasar tiempo conmigo a solas. Normalmente, muchos huyen creyendo que les iba a hacer algo, que los iba a manosear en cuanto se mostraran indefensos. Encontrarlo fue entonces algo en verdad refrescante, porque inclusive Luis me abrazaba como amigos, sin que se tuviera que pensar algo más. 

―Por cierto, ya no me has hablado de ese cabrón, ése… el que no te reconoció. 


Excepto que su único defecto era, que tenía el don de abrir las heridas de otros, con comentarios que no se deben hacer. Le dediqué una mirada furiosa y me respondió con una sonrisa traviesa, la que me decía que había estado esperando esa reacción mía.



―No hay nada más que contar… sólo eso pasó. 



Como si no estuviera satisfecho con esa respuesta, Luis me miró un buen rato a los ojos, haciendo gestos para que le dijera toda la verdad, al final, lo único que conseguimos fue carcajearnos en una micro donde todos los demás iban dormitando o meditando y en cuanto ven a uno feliz, lo miran como si fuese un parasito. 


―Deberíamos beber ―sugirió repentinamente―, ¿tienes bebidas en tu casa?

―No demasiadas… unas cuantas cervezas y media botella de alcohol… 

―¿La que dejamos la vez pasada?

―Ajá…

―¡Carbón, no te la has bebido! ¡No debí dejártela! Debí habérmela llevado la vez pasada.

Estabas tan crudo que ni podías sostenerte de pie ―reí.

Mi madre, una señora de cuarenta y tantos, viejecilla que se la pasaba riéndose en voz baja como si estuviera tramando cosas malvadas, me dijo  alguna vez que el destino era caprichoso y siempre se encargaba de arruinarnos los momentos divertidos, para camuflarlos en un desastre aunque al final de día, era una más de sus jugarretas para que en algún momento nos diéramos cuenta de que todo tiene una razón de ser. Eso fue lo que me pasó.

―¡Mierda…! ―murmuré repentinamente, mirando hacia el frente.

―¿Qué, qué? ¿De qué me pierdo? ―exclamó Louis, mirando alrededor, buscándose seguramente algo sorprendente. Al menos sé que no sería sorprendente para él, pero para mi sí.

―Es él… ―contesté por inercia―, el que viene con traje negro.

Era el único que subía vestido así, por lo que no le fue muy difícil a Luis localizarlo. Lo siguió con la mirada, aunque al parecer éste aún no me había visto, mejor aún; no me recordaba.

―¿Se encuentran tantas veces en el mismo horario? ―preguntó.

Yo lo miré y noté que en realidad, ni siquiera había alzado la vista para ver a alguien, sólo caminaba y buscaba un espacio para sentarse, uno que desgraciadamente estaba atrás de nosotros. Fruncí el ceño, resoplando una y otra vez, sacando de esta manera mis nervios, mientras intentaba pensar claramente acerca de cuántas veces nos habíamos visto y sí es que antes de habernos hablando de una manera más o menos formal, ya cruzábamos caminos. Imagino que es algo que uno nunca puede descubrir.

—No lo sé… —respondí, cuando finalmente logré modular palabras. Luis rió de mi cara de espantado y me golpeó la espalda, mientras descaradamente giraba la cabeza hacia el asiento trasero y buscaba mirar de mejor forma al hombre que… ¿cómo se llama él?

Caí en cuenta de que tampoco sabía ni siquiera su nombre y que hasta este momento, no me había preocupado por saberlo realmente, sólo era el tipo de corbata fea que se la pasaba dándome continuos dolores de cabeza al molestarme continuamente de lo que debería ser algo mejor.

—Pendejo… —reproché, jalándolo de su suéter para que regresara a su posición original de asiento. Él sólo reía, disfrutando con tremendo gusto el verme sufrir con semejante y estúpida escena que lo único que provocaba es que me preguntara si es que había hecho malo para que me pasaran esta clase de cosas—. Ya cabrón, deja de hacer eso.

—Yo quería conocerlo, tú eres bien poco descriptivo… quiero ver quien te ha robado el corazón.

—Ya cierra ese maldito hocico. —Era notorio que su sola presencia me ponía de muy malhumor, y sólo por ello podía ponerme a la defensiva automáticamente. Medí la distancia, para saber por cuántos minutos más estaría Luis torturándome en el camión y no quería llegar a imaginarme todas las burlas y montañas de estupideces que me diría una vez que estuviéramos cenando.

Aunque con todo ese ruido que veníamos haciendo, sin una clase de consideración por los demás, era posible que ya se hubiera dado cuenta de lo que estábamos haciendo y quizás inconscientemente, estaba buscando que pudiera  notarme más. Como si alguna vez lo hubiera hecho.

—¿Te acuerdas del día que fuimos como diez a tomar en tu casa, porque ya nos habían corrido del bar que cierra a las tres de la mañana? —preguntó Luis.

—Sí —dije, arrastrando la vocal, y arqueando la ceja ante la duda de por qué había sacado eso al tema—. ¿Qué con eso?

—Es que éramos muchos y si entramos en tu casa, todos apretados y durmiendo unos pateando a otros, pero entramos y esta Eliza bien aprovechada se metió en la cama, aventándonos a todos los demás que buscábamos almohadas o cobijas. 

Permanecí en silencio, pues todavía no agarraba el ritmo de la conversación, ni a qué lugar se dirigía con ello. Me pregunté qué quería obtener con eso pero la verdad es que no tenía ni la más mínima idea, sobre todo si planeaba algo o sólo era su intento para distraerme del tipo ese que ahora sentía en mi espalda que nos estaba mirando.

—¿Ajá…? —Alcancé a decir.

—Es una buena idea, ¿no?

Levanté mis manos, para con un ademán decirle que sencillamente no le entendía ni madres, aunque no pasó mucho tiempo antes de las nubes de ignorancia se disolvieran y la luz de la iluminación, dibujada como una bombilla arriba de mi cabeza, hiciera que todo se aclarara en cuestión de segundos, segundos en los que no pude reaccionar mientras todo sucedía. ¿Por qué las cosas de la vida real no podían ser más como un sueño donde aparecían cosas inexplicables que tenían lógica?

Luis me aventó su mochila y como niño pequeño, colocó sus rodillas en el asiento para apoyarse en éste y girar totalmente su cuerpo para ver al tipo de la corbata fea, mirándolo directamente a él. Sentí que el mundo se me caía encima y por eso no podía hacer nada, todo esto estaba más allá de los límites que yo me había propuesto a establecer a mi alrededor.

—Oye, tú, hombre de traje… —saludó. Yo miré de reojo, mordiéndome los labios y suplicando que no estuviera por hacer eso que yo creía.

—¿Qué? —respondió y nuestras miradas se cruzaron unos segundos antes de que volviera su atención a Luis, que era quien le hablaba.

—Acá, yo con mi amigo… —Me palmeó la espalda—, pensamos hacer una improvisada borrachera con poco alcohol y mucha comida en su casita. ¿Te vienes? Anda, prometemos que no mordemos, sólo queremos que haya más tipos haciendo ruido.

Noté que una señora nos miraba como enfermos y unas chicas se reían de nosotros. Más estúpido no podía ser, de verdad que no.

—¿Y hasta qué hora se supone que piensan hacer si improvisada borrachera? —respondió. ¡Respondió!

—Pues hasta que el cuerpo aguante —rió—. ¿Qué dices?

Algún gesto debió hacer, pues entonces Luis se echó hacía atrás para mirarme con atención e indicarme con la nariz, que era mi turno de voltear y decirle que estaba de acuerdo con semejante idea. Ya no había marcha para atrás, por lo que apreté mis cosas y volteé la cabeza para verlo. Él me sonrió, esperando mis palabras.

—¿Qué más da? ¿No dicen que la fiesta se pone mejor mientras más allá en el lugar?

Asintió a mi pregunta y acto seguido, le asintió a Luis, diciéndole de esta manera que aceptaba ser parte de toda esa locura con dos desconocidos que parecía que buscaban adrenalina en su vida, aceptando llevar a cualquier imbécil que hubiera en la calle. ¿Y sí era un asesino serial?

—A todo esto —agregó Luis—, ¿cómo te llamas, trajeado?

Puse verdadera atención esta vez, algo contrariado por la facilidad que tenía mi amigo para explayarse con alguien que no conocía, pero que sabía que yo había estado pensando en él. No podría ser un espíritu tan libre como el de Luis, pues todo lo que había hecho, había sido realizado luego de una planeación cuidadosa o quizás de días de observación para saber cómo actuar la próxima vez. Yo le tenía envidia hombres como él.

—Primero los que invitan —musitó.

—¡Ah, bueno! Él se llama Francisco y yo Luis. ¿Tú?

—Matías —dijo claramente.

—Bueno, Matías, bienvenido al club. Nos bajamos en la próxima parada.

Yo no quería que las cosas sucedieran tan rápido. Yo ni siquiera quería que sucedieran, no quería que se estacionaran en lugar que por derecho, era solo mío. 

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